Posee ese aire desprendido de las cosas livianas. Su seducción nunca es agresiva ni obvia. Lo que no vemos en ella, como en las esculturas de Chillida, es quizás su mayor atractivo, ese fuera de campo desde el que asoma sin darse importancia, o al que accede con la autoridad de una presencia oportuna. Los datos son reveladores: dos nominaciones al Oscar, decena de premios y elogios sin cesar. Y todo con 22 años tras una carrera fulgurante pero también muy medida, que partió de la prudencia a la hora de coquetear con la interpretación –hasta estar segura continuó sus estudios, incluso estuvo tentada de emprender la carrera de medicina– y de una elección muy interesante de sus trabajos. Lo de Jennifer Lawrence, una de las favoritas a la estatuilla de este año, es cosa de instinto y complejidad y no es casual que los papeles en los que la individualidad, cierta transgresión, o la vida cotidiana en un espacio de inadaptados sean su territorio más familiar. Su trabajo en ‘Silver Linings Playbook’ (’El lado bueno de las cosas’) certifica un estilo ante la cámara, personalidad visual, facilidad para ganarse la atención y profundidad psicológica. En la joven de Kentucky habita una extraña facilidad intuitiva para apoderarse de los planos y las situaciones. Un ejercicio de sutileza desde la mirada, sólo reservado para las grandes actrices, por lo que no es extraño que para muchos sea una candidata sólida y potente a suceder a Meryl Streep.
Camaleónica en lo físico, de rubia a morena, pero también cambiante en su uso nada baladí de un cierto desvalimiento, de pronto transformado en una fisicidad de chica dura, Jennifer Shrader Lawrence (Louisville, 1990), que nunca recibió clases de interpretación, parece hecha a la medida para encarnar a personajes adscritos a la atmósfera indie.
Capaz de mantener un diálogo silencioso con la cámara, la joven actriz emergió como una revelación celebrada de manera unánime en ‘Winter’s Bone’, que le valió su primera nominación al Oscar. Hace apenas seis años debutaba en una comedia televisiva, ‘The Bill Engval Show’, cuyo argumento ya la instalaba en una convulsa problemática familiar, y desde ahí se sucedieron los primeros papeles para series como ‘Cold Case’, ‘Monk’ y ‘Medium’, antes de debutar en el largometraje con un pequeño trabajo en ‘Garden Party’. Pero su empatía por roles en los que el drama psicológico, la marginación, el dolor o la defensa del deseo frente a la hipocresía del sistema son norma, comenzó con su interpretación en el debut como director del guionista mexicano Guillermo Arriaga, autor de ‘21 Gramos’ y ‘Babel’, quien firmó ‘Lejos de la tierra quemada’.
Y su ascendente atractivo, su perfil de actriz dotada para destacar en el terreno pantanoso de los desnudos emocionales se ratificó en el drama femenino ‘Poker House’. ‘El Castor’, de Jodie Foster, otra singular comedia dramática, y ‘Like Crazy’, también triunfadora en Sundance, propiciaron su vínculo con superproducciones, caso de su incorporación a la saga de ‘X-Men: Primera Generación’, precuela de la franquicia basada en los cómics de Marvel. Al encarnar a la mutante Mystique quizás estaba mostrando su pluralidad interpretativa, su destreza para transmitir la sensación de que esta actriz siempre ha estado ahí. Seleccionada por la novelista Suzanne Collins para protagonizar a la heroína de ‘Los Juegos del Hambre’, otro paso nada en falso que hizo crecer su popularidad, Jennifer Lawrence, que este año estrenará ‘Serena’, cinta ambientada en la Gran Depresión, parece dejar atrás la etiqueta de estrella adolescente, ha demostrado madurez y mucha lucidez a la hora de avanzar en el siempre convulso, minado y estereotipado ambiente de la gran industria cinematografica. Oscar aparte, quizás sea este año el que ratifique el encanto de una mujer que expide desde la pantalla el aroma fundacional del cine como arte total. Frente a la crispación general de ‘El lado bueno de las cosas’, algunos planos destilan lo mejor del filme gracias a la hondura interior de una actriz destinada a mayores empresas.
