Los destinos cruzados del ladrón reformado Jean Valjean, la criada Fantine y el inspector de policía Javert son el hilo conductor de 'Los miserables': hermoso musical visto hasta la fecha por más de 60 millones de personas. Cifra que se verá incrementada tras su estreno cinematográfico en las pantallas de medio mundo. La digna película de Tom Hooper se mueve en dos direcciones: por un lado está la dramática descripción de las peripecias del trío protagonista; por otro, el estudio de la sociedad de la época. El primer apartado cuenta con una correcta interpretación de Hugh Jackman, una extraordinaria composición de Anne Hathaway (máxima aspirante al Oscar como mejor actriz del año) y un increíblemente sobrio Russell Crowe.
Respecto al segundo, Hooper y sus colaboradores se afanan por dotar de espectacularidad al contexto político en el que se enmarca esta elegante ópera visual, donde las secuencias evocadoras de los movimientos de la restauración monárquica entre 1815 y 1848, con las revoluciones de 1830 y 1848 que contagiaron a toda Europa, están resueltas con brillantez. Al tiempo, el filme rompe una lanza en favor de la dignidad en la pobreza y el valor del perdón, como ejes sobre los que pivota toda la historia.
La cuidada escenografía, el juego de luces y sombras, la marcada discrepancia entre los cálidos interiores y el fluido gris de los paisajes están llenos de significación. La estilización de los trajes y de los decorados, al mismo tiempo que acentúa la atmósfera burguesa, no se anda con medias tintas a la hora de plasmar los ambientes más miserables. Así, las referencias plásticas a Rembrandt y a Delacroix, en lugar de lastrar el drama le dan una resonancia aún más descarnada. Ahí radica el punto fuerte de esta película amena y épica, que hasta tiene su propia personalidad, filmada con virtuosismo formal, donde el amor termina por imponerse. Si el arte es belleza más compasión, 'Los miserables' cumple estos requisitos de forma satisfactoria.