Escena de 'La invención de Hugo'. /Archivo
¿Martin Scorsese dirigiendo una película para niños? ¿El autor de "Taxi Driver" vendido a una fantasía en 3D para todos los públicos en la estela de "Harry Potter"? Habrá quien eche de menos a los gángsters de 'Uno de los nuestros' y 'Casino', y rece para que el director italoamericano vuelva a contratar a De Niro y Joe Pesci. Sin embargo, sus admiradores pueden respirar tranquilos. 'La invención de Hugo' resulta una obra tan personal como 'Toro salvaje' y, en cierto modo, tan arriesgada comercialmente como 'Kundun'. También es un sentido, deslumbrante y didáctico canto de amor al cine.
No deja de resultar curioso que, en plena era digital, dos de las películas del año regresen a los orígenes del cinematógrafo y recuperen la fascinación que los espectadores debieron sentir ante un arte que nació como espectáculo de feria. 'La invención de Hugo' -en los cines españoles el próximo 24 de febrero- aspira a once candidaturas al Oscar, una más que 'The Artist'. Transcurre en el París de los años 30, retratado por la cámara de Robert Richardson como un universo mágico, casi de película de Tim Burton, que tiene como epicentro la estación de Montparnasse. Allí, entre los engranajes y poleas del reloj de la torre, vive oculto Hugo (Assa Butterfield), un raterillo huérfano que tiene como ilusión arreglar un autómata que perteneció a su difunto padre.
En realidad, el mecanismo fue construido por el personaje que más le interesa a Scorsese, George Méliès, encarnado en la cinta por Ben Kingsley. El pionero del cine, autor de 500 películas, vio cómo su negocio declinaba cuando Edison en Estados Unidos y Pathé en Francia monopolizaron la floreciente industria. La I Guerra Mundial y las deudas hicieron que cayera en el olvido y terminara regentando un puesto de juguetes en Montparnasse durante 16 años. Allí fue reconocido por Léon Druhot, director de la revista 'Ciné-Journal', que le rescató del olvido. Y allí se lo encuentra el Hugo de Scorsese, desconocedor de que el arisco Monsieur Méliès oculta un pasado como el mayor ilusionista que ha conocido el Séptimo Arte.
«Lo fantástico de Méliès es que inventó casi todo lo que estamos haciendo ahora», argumenta el director. «Tiene línea directa y continua, pasando por todas las películas de ciencia-ficción y fantasía de los años 30, 40 y 50, hasta llegar a los trabajos de Spielberg, Lucas y Cameron. Todo está ahí. Méliès hizo con una cámara en su estudio lo que nosotros hacemos con ordenadores y efectos digitales».
Planos imposibles
'La invención de Hugo', un fracaso sonado en la taquilla yanqui, funciona como entretenimiento infantil, aunque tampoco contiene demasiadas persecuciones a cargo del villano de opereta del filme, el inspector de la estación caricaturizado por Sacha Baron Cohen. El genio de Scorsese reside en haber sabido capturar el espíritu de la novela escrita e ilustrada por Brian Selznick que sirve de base a la cinta. La tecnología 3D le permite planos imposibles, como la secuencia inicial que sobrevuela los tejados de París hasta atravesar los andenes de la estación y llegar a la guarida de Hugo. La feliz paradoja es que la auténtica emoción surge cuando Scorsese proyecta 'El hombre mosca', con Harold Lloyd colgado de las manecillas de un reloj, experiencia que después vivirá el protagonista, o el 'Viaje a la Luna' de Méliès, que sigue conservando todo el poder de ensoñación de 1902. Parapetados tras las gafas estereoscópicas, nos sorprendemos siglo y pico después con la 'Llegada del tren a la estación' de los Lumière.
