El actor Brad Pitt en 'El árbol de la vida'. /Archivo
Ficha:
EE UU. 2011. 139 m. (tp). Drama
Director: Terrence Malick.
Intérpre tes: Brad Pitt, Sean Penn, Jessica Chastain, Fiona Shaw, Irene Bedard
Para los escépticos: Dios existe, las huellas de su obra pueden encontrarse en 'El árbol de la vida' de Terrence Malick. Profeta de un misticismo panteísta desde el que se autoafirma como poeta del cine trascendental, Malick atraviesa 'El árbol de la vida' con un discurso, aparentemente, no narrativo (la voz en off y la música extradiegética sustentan el andamiaje esquemático) en el que se discuten 'la naturaleza' y 'la gracia'. Lo divino frente a la textura metafísica del ser creado, un torrente de inflexiones filosóficas (heideggerianas) ilustradas con imágenes preexistentes reelaboradas y estilizadas (el cosmos holístico/La pietá de un velocirraptor) en conflicto/armonía con los fotogramas que capturan instantes del microuniverso de una familia de clase media: la infancia, el pecado, el amor edípico, la pérdida de la inocencia.
No hay que perder de vista que el último largometraje de Malick es un todo, indivisible, desde sus raíces -la familia fracturada por la perdida de un hijo en ¿Corea? ('La delgada línea roja')- hasta las ramas que coronan la copa de un árbol que se eleva hacia el infinito suplicando la gracia de Dios. 'El árbol de la vida' desgarra por su crudeza, plena de matices, que niega su condición de vago evangelio sectario iluminado por una espiritualidad 'new age'. Al fin y al cabo, está es la quinta película de un director que lleva predicando la misma palabra desde hace cuarenta años, aunque cierta tendencia al amaneramiento estético (y al sobremontaje) ponga en evidencia argumentos que ya impregnaban la densidad semántica de 'Malas tierras'.
Los apologetas y críticos dialogan en un punto intermedio: los pasajes autobiográficos en los que el autor se querella contra su padre; y colisionan cuando el autor corona la epifanía con un necesario y pertinente reencuentro en el paraíso que es la playa sobre la que se arrastraron los primeros seres que habitaron la Tierra. Una obra de culto, colosal y discutible, que "está dispuesta a aceptar los insultos y las injurias" de sus hijos pródigos.