
Karabatic se zafa de un jugador español./AFP
Ficha técnica:
España, 22: Sterbik (20 paradas); Víctor Tomás (6, 1p), Maqueda (4), Cañellas (3), Morros (1), Raúl Entrerríos (2) y Ugalde (2) -equipo inicial- Hombrados (ps), Gurbindo (-), Rocas (-), Aguirrezabalaga (-), Sarmiento (-), Aginagalde (4) y Guardiola (-).
Francia, 23: Omeyer (14 paradas); Abalo (2), Fernández (3, 1p), Karabatic (1), Narcisse (1), Honrubia (-) y Sorhaindo (4) -equipo inicial- Karaboue (ps), Dinart (-), Barachet (3), Guillaume Gille (-), Bertrand Gille (-), Accambray (7) y Guigou (2, 1p).
Marcador cada cinco minutos: 3-0, 4-1, 5-1, 7-3, 9-6, 12-9 (descanso), 14-12, 17-15, 17-17, 17-19, 21-22 y 22-23.
Árbitros: Nikolic y Stojkovic (Serbia). Excluyeron por dos minutos Rocas y Raúl Entrerríos por España; y a Barachet y Bertrand Gille por Francia.
Un gol de Accambray en el último segundo al aprovechar el rechace de una parada, la enésima, de Sterbik, dejó a España sin podio. Fue una manera dura de perder, pero no injusta. El equipo de Valero Rivera no fue mejor que su rival, no hizo más méritos que los galos para meterse en la lucha por las medallas. Sobre todo, hizo más deméritos para acabar como terminó. El doloroso gol del lateral francés no fue más que la plasmación de algo que se fue madurando durante un partido en el que el combinado nacional pudo soñar en algunos momentos con las semifinales, pero que despertó de golpe porque nunca supo agarrarse al cabecero de la cama para evitar un despertar brusco.
La crónica del partido se escribe en tres actos que, en la misma proporción, dibujaron con trazo grueso un final doloroso pero previsible.
Primer acto. Sterbik firma una primera parte de ensueño, estratosférica, galáctica. 61% de paradas, un cifra inimaginable en cualquier deporte en la que actúe un guardameta. Sirva como referencia que acabar un partido con un porcentaje superior al 30% significa que el portero ha estado de matrícula de honor. El español de origen serbio dobló la estadística. Pero, y aquí está la primera clave, España se fue al entreacto con tres goles de ventaja. Cifra paupérrima, mísera, cuando detrás tienes a un tipo que ha detenido hasta el aire que pasa por su lado. Era impensable, y físicamente imposible, que el bueno de Arpad mantuviera sus números. Y cuando la estadística bajó, Francia remontó. Aún así, Sterbik acabó con 20 paradas sobre 43 lanzamientos. Una salvajada.
Segundo acto. 12 minutos sin anotar estuvo España en la segunda mitad. Mucho tiempo. Demasiado. Ahí se fue el partido. Y no anotó por dos factores: la permisividad arbitral con la violenta defensa gala y la necesidad que tuvo el técnico español de dar descanso a la primera línea. Con Sarmiento y Gurbindo lesionados, Rivera tuvo que recurrir en ocasiones a situar a Rocas en el lateral derecho, o a Víctor Tomás de central. Entrerríos, Cañellas y Maqueda necesitaban aire y el hombre que debía dárselo, Agirrezabalaga, no estaba para jugar ni un segundo. El vasco, que nunca ha sentido la confianza del técnico, ha sido todo el torneo una máquina de enviar balones lejos de la portería. Total, que con los bajitos en pista España sufrió un colapso y se le empzó a ir la vida de las medallas.
Tercer acto. La falta de ideas en el banquillo. Rivera, que ya sabía el lunes que no iba a poder contar con dos primeras líneas, no dio con la tecla para subsanar el problema. El técnico se ha mostrado muy por debajo del nivel que demandan unos Juegos Olímpicos. Sus respuestas tácticas han sido eficaces con cuantagotas, y ha dado incluso la sensación de que sus jugadores no entendían en ocasiones sus propuestas de juego.
La obra acabó con el gol de Accambray y con los españoles derrotados por el suelo y sin querer ver lo que pasaba a su alrededor. Fue el epílogo adecuado. España inició el torneo con una pésima primera mitad ante Serbia y un magnífico segundo tiempo, y se despidió de él con una aceptable primera mitad y una muy discreta segunda parte. Y si no creces en los partidos, caes.