LONDRES 2012
Jonathan Edwards. / AFP
«Seis días tienes para trabajar y hacer tus quehaceres. Pero el día séptimo es el Descanso en honor de Yavé, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija...». Está escrito en la Biblia y al reverendo Andy Edwards le parecía indiscutible. De hecho, así lo impartió en su hogar y así lo percibieron en su familia durante un buen tiempo hasta que el deporte les obligó a replanteárselo.
El culpable del cambio de actitud del vicario fue su propio hijo: Jonathan. Era un estudiante notable y un creyente intachable que comenzó a destacar en las pruebas atléticas de su escuela. De su prometedor su mayor progreso se desarrolló en el triple salto, una modalidad en la que la técnica y la disciplina resultan indispensables. Con 22 años escribió sus primeras páginas en el campeonato británico y se clasificó para los Juegos Olímpicos de Seúl. Un año después logró ganar la Copa del Mundo y una plata en los Juegos de la Commonwealth.
Sin embargo, no tardó en chocar contra un obstáculo insalvable. En los Mundiales de 1991 Jonathan Edwards decidió renunciar a participar puesto que el calendario le obligaba a competir en domingo en contra de sus firmes principios religiosos. «Me dijo que su relación con Jesús era fundamental en todo lo que hacía. Tenía un compromiso para servir a Dios en cada área de su vida y que eso incluía 'el día del Señor', que era tan importante para él», explicó el predicador John Roberts después de hablar con el atleta.
La carrera de aquel saltador blanco poco musculado y grácil parecía limitada a los caprichos de los organizadores y el calendario. La mayor parte de los campeonatos se organizaban el fin de semana para aprovechar el tiempo de ocio de los espectadores y sus convicciones se sostenían inamovibles... Hasta 1993. «Dios le había dicho a través de un sueño que debía hacer pleno uso de su capacidad, incluso si eso significaba competir en domingo», explicó la Asociación de Deportistas Cristianos en una carta a la comunidad. Jonathan también había convencido a su padre y en su primera oportunidad logró un bronce en los Mundiales que pudo verse como un símbolo de la aceptación divina.
Récord del mundo y campeón olímpico
Una vez liberado de sus obligaciones de descanso en los domingos la proyección de Edwards se disparó. Un lunes de 1995 saltó 46 centímetros más que en el récord del mundo vigente y se convirtió en una estrella del atletismo. El primer hombre que voló más allá de los 18 metros se transformó en una celebridad una plusmarca mundial eterna, una plata olímpica en Atlanta (en sábado) y un oro en Sidney (en la madrugada del lunes) al tiempo que acababa de manera brillante sus estudios universitarios de física y se erigía como paradigma de creyente como predicador del cristianismo y de sus virtudes.
En cambio, en la intimidad se replanteaba sus convicciones. «Siempre creí que el éxito sería el mayor desafío de mi fe», reconocía a los más cercanos. «He visto la fragilidad en su personaje que es capaz de disimular en público. Pero vivió para honrar a Dios, no hay duda», explica su biógrafo.
Después de cuatro participaciones olímpicas y considerado como el mejor atleta de triple salto de la historia se retiró de la competición. Sin embargo, se mantuvo en el deporte y en la propagación de su fe en la televisión pública británica... Hasta 2007. «La identidad de Jonathan estuvo atada a ser un atleta mucho más de lo que imaginaba. Fue plusmarquista mundial y campeón olímpico y no fue hasta que se retiró se dio cuenta de lo mucho que dependía de ello. Después, empezó a tener dudas e incertidumbres acerca de su fe y esas dudas han crecido más fuertes», explicó uno de sus amigos al Daily Mail.
Finalmente un anuncio que resonó en toda Gran Bretaña. Jonathan Edwards reconoció que atravesaba una «crisis de fe» y que había abandonado el cristianismo. La vida deportiva había mostrado otros caminos al niño que se crió en la parroquia de Ilfracombe y quería un cambio. Pero mientras su fe cristiana se ha tambaleado, su récord del mundo (18,29) permanece indiscutible desde 1995. Y todo ocurrió por querer trabajar un domingo.
