El verano, para el sacrificado trabajador jerezano, impedido para participar en la migración masiva que conlleva estas fechas, está lleno de gratos alicientes estivales. Durante esta época del año uno puede presenciar fenómenos extraños de primer nivel, como la transmutación del vehículo propio en coche- sauna, por ejemplo. Gozé enormemente el pasado domingo, sin ir más allá, cuando bajé las escaleras tras una reponedora ducha de sobremesa, harto de pisto casero, abrí el portal, oí el mágico cantar de las chicharras, busqué las llaves del coche, y me volví a autoduchar, esta vez sin quererlo yo, antes de adaptar el trasero convenientemente al asiento del conductor. Mientras accioné el motor, ajusté la temperatura del aire acondicionado y recorrí los diez minutos exactos que me separaban de ese remanso de frescor que es la redacción, sudé como si estuviera cogiendo caracoles a pleno sol, actividad que practica el ínclito y celebérrimo Jesús Palomo en los jaramagos de Palos Blancos, los sábados por la mañana.
Hete aquí otras propuestas de actividades a las que puede dedicar uno las largas horas de ocio del estío jerezano: visitar el zoológico, para ver cómo los macacos, aplastados contra el cemento, analizan tus motivaciones psicológicas y presuponen maltrato infantil; contabilizar guiris con calcetines blancos que se martirizan andando por el centro y viendo escaparates de tiendas cerradas; mojar la cabeza en la fuente de la rotonda del Casino y disfrutar luego de los consabidos hongos... Finalmente, cuando llega la noche, nos queda el placer de abrir la ventana, respirar hondo, y sentir que te cala hasta los huesos el fragrante aroma que desprenden las azucareras.