La comunidad internacional se despertó ayer sobresaltada por el lanzamiento durante la madrugada de al menos siete misiles por parte de Corea del Norte. Tras insinuarlo durante varias semanas, el régimen estalinista de Pyongyang, en una evidente demostración de fuerza, cumplió su amenaza y desató la alarma a lo largo y ancho de todo el mundo. Entre los cohetes disparados, destacó el temido Taepodong 2, que podría golpear las costas de EE. UU. al disponer de un alcance superior a los 10.000 kilómetros. Junto a éste, otros cinco misiles menores, probablemente del tipo Nodong o Scud, sobrevolaron las aguas del mar de Japón y un séptimo volvió a surcar los cielos por la tarde, aunque todos ellos se estrellaron en el océano sin causar víctimas ni daños.
Mientras el régimen estalinista insistía en su derecho a efectuar tales pruebas, las reacciones no se hicieron esperar. Corea del Sur, que hasta ahora abogaba por el acercamiento a la vecina del norte, se mostró dispuesta a «revisar sus relaciones bilaterales», tal y como informó el ministro de Exteriores, Ban Ki-Moon, a sus homólogos de EE. UU., Japón, China y Rusia. Uno de los primeros pasos sería la anulación de los envíos de arroz y ayuda humanitaria con los que Seúl intenta atraerse a Corea del Norte, uno de los países más pobres y herméticos del planeta. Claramente enojado, el Gobierno surcoreano amenazó con suspender todos sus contactos con Pyongyang.
Espoleando el miedo internacional a estos misiles, el régimen comunista pretende desbloquear las negociaciones a seis bandas de Pekín. Aunque la dictadura de Kim Jong Il se comprometió en septiembre a abandonar su programa de enriquecimiento de uranio, el acuerdo ha quedado paralizado porque Pyongyang quiere utilizar la energía atómica con fines civiles y la Casa Blanca se niega a proporcionar la ayuda humanitaria que tanto necesita si no renuncia a todo proyecto nuclear.
Iniciativa nipona
Mientras, en Nueva York, los diplomáticos de la ONU, que se acostaron el martes con los fuegos artificiales del 4 de julio que vieron desde la sede de la organización, a orillas del Hudson, se encontraron al levantarse con el borrador de una resolución con la que Japón pretende borrar una estela muy distinta: la de los misiles lanzados por Corea el mismo día de la Independencia de EE. UU., con todo su simbolismo político.
Presumiblemente, el Gobierno nipón habría pactado ya los términos con el estadounidense durante la visita que el primer ministro japonés, Juniro Koizumi, realizó a Washington la semana pasada. Tan amistosa fue, que el presidente George W. Bush le acompañó a la casa museo de Elvis Presley en Tennessee.
«Es su barrio», explicó el portavoz de la Casa Blanca, Tony Snow, al defender el liderazgo tomado por Japón en este asunto. «La mayor parte de los misiles han caído sobre su territorio». Estados Unidos y Reino Unido le acompañaron en la introducción del texto, que contó también con el apoyo de Francia.
Reacción «rápida»
«Todos hemos coincidido en que deberá haber una reacción rápida, contundente y firme», dijo el embajador galo Jean-Marc de la Sabliere, presidente en turno del Consejo de Seguridad. «Cuanto antes mejor». Su objetivo sería «mañana (por hoy) o pasado», tiempo récord en la dinámica de este órgano en el que cinco países cuentan con derecho a veto.
El primer inconveniente que se intentaba superar anoche es que dos de ellos consideran que lo apropiado no es una resolución sino un comunicado presidencial, que carece de carácter obligatorio pero requiere la unanimidad de los 15 miembros. Se trata de Rusia y China, que pese a condenar el desafío coreano quieren evitar que se abra la puerta a sanciones para proteger sus propios intereses económicos.
Japón desea que la ONU secunde a nivel internacional las medidas adoptadas ayer contra Corea del Norte. La Casa Blanca insiste en que las medidas no deberán castigar al pueblo «porque su Gobierno ya lo ha castigado bastante», dijo Snow, sino lograr que el régimen de Pyongyang vuelva a la mesa de negociaciones a seis y cumpla los pactos alcanzados.
A nivel tecnológico la prueba de misiles resultó todo un fracaso que ha dejado tranquilo al Pentágono al comprobar que la tecnología de hace más de medio siglo no supone la amenaza que se le atribuía.