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Miércoles, 5 de julio de 2006
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Opinion
las chicas son guerreras
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Van vestidas como guerreras, como amazonas. Bellas, fuertes, ceñidas y maquilladas, como quien va a una batalla y se ha puesto las pinturas de guerra. Han pasado juntas por muchas vicisitudes, se han reído hasta de su sombra, se han dicho confidencias, se han enfadado hasta negarse la palabra, se han reconciliado entre copas y lágrimas: son, ni más ni menos, amigas. Y esta ceremonia es un rito por el que casi todas pasarán.

No es la última noche, pero podría parecerlo por el ansia con que la viven, por el brillo en los ojos y el cuidado puesto en cada detalle. La protagonista es la única ajena a los preparativos, pero las demás no han dejado ni un cabo por atar para que todo sea perfecto, para que el recuerdo perdure a través de los años: los regalos, el lugar de la cena, las canciones, la cámara de fotos preparada para captar cada incidente.

Empiezan la velada en un buen restaurante, comen bien y beben mejor. Lanzan pullas a la homenajeada, bromean sobre lo que se avecina, y brindan, brindan a cada momento. Por el amor, por el futuro, por la fidelidad, por el compromiso. El dueño del restaurante, que las presiente dispuestas para cualquier eventualidad, las invita a la última ronda y les regala flores. Aún no son peligrosas, pero van bien encaminadas a ello. Ciudadanos puritanos que os atrevéis a salir esta noche de sábado, temedlas. Van a quemar sus cartuchos. Van a apurar las horas nocturnas hasta ver el amanecer, satisfechas y ebrias. Quien no se esconda, que se atenga a las consecuencias.

Recorren los locales de marcha y las puertas se les abren. Van armadas, son muchas, ya hemos dicho que están dispuestas a todo. Se han colocado, además, las insignias específicas que las señalan entre las demás mujeres: desconcertantes broches con formas fálicas y, sobre todo, la máscara de la risa y de la libertad extrema. ¿Quién se va a atrever a negarles la entrada? En los bares, en las discotecas, en los karaokes, temen el ruido de sus tacones y sus carcajadas cada vez más escandalosas, así que intentan aplacarlas con ron y champaña, y les ceden las mejores mesas, los taburetes junto a la barra y el turno para el micrófono. Son las reinas de esta noche, las intrépidas celebrantes del rito, las alegres, las valientes, las indomables. Los hombres las miran entre temerosos y deseantes. Como insectos a los que atrae la luz y que, sin embargo, se saben atrapados si se acercan demasiado. «Ojo que quemamos -parecen decir las miradas de las muchachas-. Demasiado peligro para vosotros, chicos: vamos de despedida de soltera. Hoy llevamos todas las de ganar».



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