China es ya oficialmente la cuarta economía del mundo, por detrás de Estados Unidos, Japón y Alemania. Acaba de superar a Reino Unido y hace cuatro meses había desbancado a Francia, según datos publicados ayer por el Banco Mundial. El gigante asiático ocupa sin embargo el puesto 128 en cuanto a renta per capita. Más de doscientos millones de chinos viven con unos ingresos de menos de un dólar al día.
El modelo y la estructura del crecimiento chino son irrepetibles en el mundo occidental. El sistema económico se ha abierto al mercado, pero su sistema político arrastra estructuras totalitarias inamovibles e injusticias insoportables. Con el ingreso de China a la OMC, creíamos que sus dirigentes iban a democratizar el país. Pero no ha sido así. Con 1.300 millones de ciudadanos y un PIB por capita de 1.271 dólares, China lleva diez años creciendo al 9,4 por ciento y está arrasando los mercados internacionales. Porque un chino trabaja de 12 a 14 horas diarias, siete días a la semana, sin Seguridad Social y cobra por término medio 45 euros con un descuento de 23 en concepto de hospedaje y alimentación.
China no respeta los derechos humanos: no ha firmado el Protocolo Facultativo de la Convención de la ONU sobre la Mujer; el derecho a la libertad de expresión está sometido a graves restricciones; los sindicatos independientes siguen siendo ilegales; se producen ingentes detenciones de personas que consultan o difunden información en Internet. El Informe Mundial 2006 de Human Rights Watch revela que se siguen recibiendo informes de torturas y malos tratos en muchas instituciones estatales, detenciones arbitrarias, desalojos forzados. En 2004 fueron ejecutadas unas 3.400 personas y otras 310.000 fueron enviadas a prisión administrativa, según Amnistía Internacional. Económicamente, el león dormido ya ha despertado. Políticamente va a costar mucho trabajo conseguir que salga de su coma profundo.