EL día después siempre es el más difícil, el que certifica que todo lo sufrido es más que una realidad. Valencia se sumió ayer en el silencio para intentar hallar respuestas donde no las había. Bajo un agobiente bochorno, sus habitantes intentaron retomar el pulso a la ciudad para la inminente visita del Papa. Sin embargo, fue imposible volver a la normalidad.
El silencio fue todavía mayor en el metro. Las miradas de los escasos viajeros que osaron volver al suburbano vagaban perdidas. Nadie hablaba de lo ocurrido, pero una voz metálica recordaba y una otra vez que no era un día más: los altavoces de las estaciones advertían de que las líneas hacia Torrent estaban cerradas y explicaban con detalles prolijos cómo viajar hacia allí por medios alternativos.
En el interior de los vagones, sólo las miradas hablaban. La intranquilidad reinaba cuando el tren se aproximaba a las modernas estaciones de Xátiva o Colón, cercanas a la parada 'maldita' de Jesús, o cuando el convoy encaraba una curva pronunciada parecida a la del accidente. Los pasajeros preferían distraer la mirada en los anuncios que empapelan estaciones y trenes antes que leer los carteles que informaban de los cortes de vías.
En el barrio de Patraix, en cuyo subsuelo ocurrió todo, el ruido de dos inmensas grúas rompía la rutina. Allí, en la esquina de la calle Roís de Corella y la avenida César Giorgeta, un pequeño e improvisado altar recordaba a las víctimas. Cuatro claveles rojos y blancos, cinco velas ya apagadas y unas anónimas palabras escritas en un pequeño trozo de papel: «Nuestro más sentido pésame a las familias y a las víctimas del accidente. Una abrazo de esperanza y un aliento para momentos tan duros».
Todos leían, pero nadie decía nada. Mientras, los vecinos recogían las banderas vaticanas blancas y amarillas que engalanan los balcones para tocarlas con un crespón. «Es difícil prepararse para la llegada del Papa cuando aún no hemos salido del shock», reconoció Alberto Boix, un cartero que tomaba un café en una cercana cervecería. Fue uno de los pocos que se atrevió a leer un periódico en el que sus convecinos eran la noticia.
Minutos de dolor
Las gentes de Patraix pasaban con la mirada perdida por la boca de metro, donde ya comenzaban a congregarse decenas de personas para guardar los cinco minutos de silencio institucionales. Allí, a mediodía, frente a un cartel con la imagen del Papa, sólo era el momento de recordar a los ya tristemente conocidos como los '41 de Jesús'. Trabajadores de la cercana Jefatura de Tráfico se mezclaron con limpiadoras, comerciantes y camareros de la zona. Todos mudos, inmovilizados.
Cinco minutos que congregaron a conocidos -la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, la alcaldesa, Rita Barberá o el presidente del PP, Mariano Rajoy- y centenares de anónimos rotos por el dolor. Tras el silencio, un aplauso resonó en la estación de Jesús. La ovación atronó por toda Valencia: en la plaza del Palau de la Generalitat, en las plazas de los ayuntamientos de Valencia y Torrent, en la plaza Palacio de Les Corts Valencianes... Parecía como si el ruido fuera a remediar lo irremediable. Pero no. En unos segundos, la ciudad volvió a la tristeza, a sumirse en un drama que nunca tuvo que suceder.