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Martes, 4 de julio de 2006
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Una de cifras
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Entre 1976 y 1983 la dictadura argentina mató o desapareció a más de 30.000 personas, siguiendo el principio enunciado por el general de brigada Manuel Saint Jean, gobernador de Buenos Aires: «Primero vamos a matar a todos los subversivos, después a sus colaboradores, después a los simpatizantes, después a los indiferentes y, por último, a los tímidos».

En Chile, entre 1973 y 1988, Pinochet hizo desaparecer a más de 3.000 personas y torturó a 35.000 antes de devolver al país a un sistema de democracia representativa. En vísperas de las elecciones de 1989 declaró: «Estoy dispuesto a aceptar el resultado de las elecciones, con tal de que no gane ninguna opción de izquierdas». Pedagogia del voto.

En El Salvador, entre 1980 y 1991, la guerra civil ocasionó más de 75.000 muertos y desaparecidos.

El general Strossner controló el poder en Paraguay entre 1954 y 1989, con el resultado de unos 11.000 muertos/desaparecidos y miles de presos políticos y exiliados.

Entre 1980 y 2000 en Perú perdieron la vida a causa del conflicto armado 75.000 personas. El general Luis Cisneros Vizquerra (presidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas) se adelantó en 1983 a las teorías de la guerra preventiva y a la definición de daño colateral con estas palabras: «Para que las fuerzas policiales puedan tener éxito, tienen que comenzar a matar senderistas y no senderistas. Matan a 60 personas y a lo mejor entre ellas hay tres senderistas. Esta es la única forma de ganar a la subversión».

En Guatemala, la Comisión de Esclarecimiento Histórico de 1999 declaró que el 93% de los más de 200.000 muertos y 50.000 desaparecidos registrados entre 1960 y 1996 era atribuible a los militares.

En Uruguay, entre 1973 y 1985, uno de cada cinco ciudadanos pasó por la cárcel, uno de cada diez fue torturado y una quinta parte de la población se vio obligada a emigrar.

La dinastía Duvalier gobernó Haití entre 1957 y 1986, con el resultado de 200.000 muertos y un futuro imposible.

En Nicaragua, el régimen de Somoza causó al menos 50.000 muertos, a los que hay que sumar los 38.000 desde la llegada (democrática) de los sandinistas al poder.

En Colombia la masacre ha sido, y es, tal que es imposible calcular una cifra, siquiera aproximada. Una estimación a la baja calcula en más de 200.000 los fallecidos a causa de la violencia política desde 1965.

A esto hay que añadir miles de víctimas en República Dominicana, Honduras, Brasil, Bolivia o Venezuela. La suma es aterradora y muestra a las claras el resultado de la pedagogia política que se utilizó en América hasta hace apenas un lustro. El último intento fue el golpe de estado contra el democráticamente elegido Hugo Chávez en Venezuela en 1989, acto no condenado por nuestro democrático Gobierno.

«Dirán que la necedad parió conmigo, / la necedad de lo que hoy resulta necio, / la necedad de asumir al enemigo, / la necedad de vivir sin tener precio», cantaba Silvio Rodríguez. Desde luego que algunos sí que tienen bien asumido al enemigo. Y harán lo que sea para acabar con él.

(Gracias a D. F. M. por la documentación).



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