César Hernández Núñez, estudiante de 21 años, es otro de esos jóvenes que lograron romper los cristales de las ventanillas a golpes, con la fuerza de sus manos y sus piernas. Iba a la universidad montado en el segundo vagón: «Yo sabía que la línea 1 estaba mal, pero nunca imaginé algo así. De repente hubo un acelerón, el tren cogió más velocidad de lo normal y empezó a pegar bandazos. Después sentimos un frenazo y nos paramos, aunque no sabíamos qué es lo que había detenido al metro. Luego llegó la confusión».
Por el túnel
Entre el humo, César fue el primero en salir, o al menos eso cree, porque la incertidumbre era enorme. «No había mucha gente, aunque todos los asientos iban ocupados. Si llega a suceder esto en época de clases... Otro chico me ayudó a romper la luna de la puerta a patadas y al salir me he dado cuenta de que sólo había dos vagones; el primero estaba volcado, y el nuestro, en posición normal». Sabía que estaban cerca de la estación de Jesús, pero los que consiguieron salir tomaron la decisión de caminar por el túnel hasta la parada anterior, la de Plaza de España. «El vagón de delante estaba cruzado en la vía -prosigue César- y había gente por el suelo. No había mucha luz. No podía pensar mucho, pero preferí dar la vuelta y correr. No sabía qué pasaba delante, pero parecía más seguro retroceder. Sólo quería ver la luz del día». Una vez fuera, los servicios de asistencia se abalanzaron sobre él para atenderle, pero César estaba bien, sólo quería llamar a su padre para contarle que había sobrevivido. «Él se sentía indignado, decía que es normal, que el metro estaba muy mal y era fácil que los vagones descarrilaran».
Cerca de 30 personas salieron por la boca del metro sobre las dos de la tarde. Contaban que el primer vagón, el que había descarrilado, era de color rojo, y el segundo amarillo. En medio de la confusión buscaban hipótesis para explicar lo ocurrido. A su alrededor, grupos de gente se arremolinaban y expresaban un único pensamiento: «Es un milagro que yo no estuviera ahí abajo».
A la salida del hospital, con un brazo roto y varias magulladuras, un hombre de 60 años contaba su «horrible» experiencia. Iba en el vagón que descarriló. Como el resto de los que ayer pudieron contarlo, recordaba la alta velocidad que, de pronto, adquirió el convoy, muchos cristales rotos y, sobre todo, la oscuridad. «El convoy iba muy fuerte y ha golpeado con el andén en la curva de la estación de Jesús. Había mucho humo, pero no fuego. He ido a rastras hasta alcanzar la estación». «No volveré a coger el metro», prometió.
A punto de cogerlo
José Luis, vecino de Valencia, permanecía en las inmediaciones. Había perdido por poco el metro accidentado y se montó en el siguiente, en la parada del Turia, tres estaciones antes de la de Jesús. «Vi cómo se iba el tren, estuve a punto de cogerlo, pero lo perdí. Así que tomé el que vino después. El nuestro se paró a la altura de la estación de Guimerá y se apagaron las luces un buen rato». Relataba que en ese momento, algunos viajeros empezaron a mostrar «síntomas de histeria», hasta que se oyó por megafonía la voz de «un chico muy nervioso» pidiendo a los pasajeros que bajaran con tranquilidad porque se había producido un descarrilamiento.
Una mujer de 79 años, que también acababa de ser dada de alta, contaba que unos policías rompieron una ventanilla y cómo alguien la ayudó a salir. «Me había caído en medio de dos asientos. Lo que más me ha llamado la atención es la oscuridad que había».