Cuando en septiembre de 1991 los clubes de fútbol decidieron convertirse en Sociedades Anónimas Deportivas, todo hacía indicar que el mundo del balompié iba a cambiar. Fue entonces cuando empezaron a fraguarse contratos millonarios por las retransmisiones deportivas, fichajes con cifras astronómicas y el dinero se hizo dueño del balón. Un club de fútbol es un auténtico negocio, tanto si uno es presidente del Real Madrid y lo usa como escaparate, como si preside una entidad de Segunda División, como bien podría ser el Xerez Deportivo. Sin embargo, un equipo de Segunda División no da tanto beneficio como la liga de las estrellas, y se ha convertido en algo habitual que empresarios, con una buena billetera, hayan levantado a equipos que apenas consiguen superávit deportivo. De esta manera se puede dar el caso irónico que equipos con masa social grande en Segunda División, como el Cádiz o Las Palmas, apenas puedan confeccionar plantillas de garantías en comparación con equipos como Levante o Villareal, que han sabido aprovechar bastante bien la nómina de sus presidentes sin apenas tener el colchón de sus aficionados. Sondeando las labores de los presidentes de la división de plata, se da la curiosa casualidad de que la mayoría de ellos se dedican al ladrillo, es decir, a la contrucción. Incluso algunos de ellos, como en Tenerife, el propio club posee una constructora, por lo que todo queda en casa. Sin embargo, no todos son como Joaquín Morales, dedicándose al negocio del ladrillo. Hay casos más rimbombantes, como el de Ángel Contreras, presidente del Albacete, que tras una asamblea de urgencia en el club, se dirige a su empresa de venta de lámparas, o Enrique Pina, del Ciudad de Murcia, agente Fifa que representa jugadores y que creó su propio equipo de fútbol. En definitiva, el ladrillo manda y ficha.