Siempre quise llamarme María, no es un capricho, es que siendo la mayor de mis hermanas era lógico que me llamase como mi madre, ya que mi hermano mayor se llama como mi padre. No entendía porqué conmigo se quebró la tradición, en cambio me pusieron Antonia. Ahora ya no importa pero con 5, 7, ó 12 años siempre le preguntaba a mi madre: ¿mamá yo me llamo Antonia o María Antonia? (por aquel entonces nos decían que todas las mujeres se llamaban María lo que fuera) mi madre me respondía «no hija te llamas Antonia a secas» ¿Nada que no podía disimular aquel nombrazo con un Marian que sonaba mejor a mis adolescentes oídos!
Y es que llamarse María no es cualquier cosa, me explicaré: Además de ser un nombre que se dice en andaluz sin ninguna dificultad (inténtenlo con algún otro como «Izabé») reúne en sí todo lo que tiene el ser femenino, como género, como rol social y como identidad. Puedes ser simplemente María como aquella pusilánime protagonista de las novelas de mi infancia o la más alabada de las mujeres, la más grande, María como la madre de Dios. Sin embargo María o «Maruja» es según el diccionario «una mujer sencilla y de poco nivel cultural, generalmente volcada en la limpieza de su hogar», es decir que la mayoría de las mujeres se identifican en algún momento con esa apreciación del nombre de María. Pero es más, mucho más: tendría un verbo propio como «marujear» que según el diccionario significa -cotillear o hacer lo que se considera propio de las mujeres que se dedican exclusivamente a las tareas domésticas o al cuidado de la familia-, tendría programas de televisión exclusivos para mi «telemarujeo» e incluso revistas específicas para marujas. Sería una «maripuri», una «marimandona» o una «maricándida» según la ocasión. Aunque para el diccionario Maruja tenga un -matiz despectivo y humorístico-, no importa, me encontraría en él con aquellas mujeres que se rebelaron contra la sociedad que les marcaba un camino y acotaban su libertad, aquellas primeras sufragistas a las que llamaban «marimachos» por querer hacer lo mismo que hacían los hombres, o sea votar. Me encontraría en ese nombre con la parte femenina a la que muchos hombres no quieren renunciar y por ello les llaman «mariquitas». Tendría un mes para mi, llevaría mi nombre la más fácil de las asignaturas, o la más embriagadora de las plantas.
La última vez que renové el DNI me encontré con la sorpresa de que en él ponía María Antonia, le dije el Sr. Policía que había un error, me dijo que no, que todas las mujeres se llaman María. ¿Al final lo conseguí!