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Jueves, 22 de junio de 2006
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EL TENDEDERO
Erotismo y política
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Nunca se han preguntado ustedes cómo les va a los políticos y a las políticas en los asuntos de la erótica? Conocerles en ese plano, lejos de la morbosidad y el cotilleo, les acercaría un poco más al resto de la población pues, al fin y al cabo, las miserias humanizan. No pretendo en este breve artículo sentar cátedra, ni siquiera fijar principios; sólo compartir algunas impresiones y aproximaciones a una realidad frecuentemente escurridiza.

La sexualidad es siempre un regalo, un añadido extraordinario de nuestra vida, nunca una necesidad y mucho menos un instinto. Como tal precisa de energía, serenidad, tiempo y dedicación. Aquí nos encontramos con el primer escollo: ya sabemos que la clase política tiene dedicación exclusiva a los asuntos públicos, eso de estar 24 horas al día pensando en como atender a la población (o cómo putear al adversario) En fin que a la sacrificada clase política no le queda apenas tiempo para pensar y mucho menos atender su faceta amorosa. La política endurece el corazón y también los sentimientos, para sobrevivir en un mundo manifiestamente hostil has de cubrirte con una coraza que esconde y deforma cada vez más lo bello que hay en las personas. La política merma la sexualidad y, sobre todo, pone contra las cuerdas las relaciones afectivo-sexuales de quienes se dedican a ella en cuerpo y alma.

Sin embargo el poder se constituye en un buen sustituto de las endorfinas (hormonas del placer) que se liberan durante el orgasmo. Para aquellas personas inseguras, o que el estar en política es lo mejor que les ha pasado en su vida, sin duda el poder les sube la autoestima, es lo más de lo más. Aunque su vida personal esté llena de tonos grises, el poder les «pone».

El poder crea adicción, sino que se lo pregunten a algunos, e incluso a algunas; porque eso sí crea más adicción entre los hombres que entre las mujeres puesto que además lo viven con mayor naturalidad, están seguros de que están ahí porque se lo merecen, no se lo cuestionan. El poder embriaga, como un buen vino, y como éste envalentona y desinhibe. El poder seduce, te coloca en una posición ventajosa con respecto a los demás a la hora de ligar. Atrae y erotiza, pero al final como el alcohol te invita a hacer cosas que luego no puedes consumar. Esa es la trampa.

Como personas públicas la clase política está sometida a la opinión de los demás, también en criterios morales. En este sentido cuando un hombre se salta las «normas» se juzga al político, cuando lo hace una política se juzga a la mujer.



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