Toda Alemania sabe que hace tan sólo 16 años, Angela Merkel era una perfecta desconocida y que se abrió camino en la jungla política por su deseo de poder. «Nadie en la historia de la política de postguerra en este país creció desde la nada tan rápido y llegó tan lejos», afirmó Bernd Langguht, autor de una biografía de la canciller.
Es cierto. A lo largo de su breve y exitosa carrera, Merkel ha sido protagonista de una metamorfosis política inédita. Pero nadie se había imaginado, que la única mujer que ha llegado a ocupar el cargo de canciller en la primera potencia económica de Europa y conocida por su antipatía hacia el deporte, se convertiría en menos de un mes en la hincha más prominente con la que cuenta el equipo que dirige Jürgen Klinsmann.
Cuando Merkel asistió al partido inaugural en Múnich, observó el encuentro con una parsimonia adecuada a su alto cargo y, aunque aplaudió la victoria de la selección germana, la canciller no dejo traslucir emoción alguna. Todo cambió cuando Alemania derrotó a Polonia. Por primera vez, los alemanes que vieron el partido por televisión vieron las reacciones de la canciller cuando algún jugador alemán se acercaba peligrosamente a la portería rival. Merkel sonría, aplaudía y no pudo evitar un grito de alegría cuando Neuville marcó el gol del triunfo. Sus amigos y enemigos quedaron asombrados de su actitud y pensaron que esa reacción no encajaba con la imagen pública que Merkel intentaba transmitir como jefa del gobierno federal: una persona amistosa pero que evita sobresalir, como lo hacía su antecesor en el cargo, el telegénico Gerhard Schrïöder.
Cuando la política dijo que asistiría a todos los partidos de la selección alemana, la Prensa interpretó que se trataba de una obligación, pero nunca vio en ello el deseo entusiasta de una aficionada entregada a su equipo.
Ballack, sorprendido
Ahora sus inesperadas emociones son vistas como un reflejo simbólico del contagioso entusiasmo que vive el país, gracias a los éxitos de la selección. Su pasión incluso sorprendió a Michael Ballack, el capitán. «Es hermoso ver como se alegró la canciller y, la verdad es que no recuerdo haberla visto tan excitada y contenta como después del gol contra Polonia», dijo.
El martes pasado, Merkel dio nuevas lecciones de forofismo. Vistió la camiseta de la selección y llegó al estadio Olímpico acompañada de medio gabinete para alentar a sus jugadores desde el palco. Ese día, la canciller, contagiada por la fiebre deportiva y nacionalista que invadió al país desde el primer triunfo de los de Klinsmann, dio rienda suelta a su entusiasmo y, según algunos diplomáticos que presenciaron el partido en el palco de honor, fue la hincha más entusiasta. «Aplaudía más que Beckenbauer», dijo un asombrado diplomático europeo.
¿Cuando se inició la metamorfosis deportiva de la canciller?, Nadie lo sabe con certeza pero, en vísperas del comienzo del torneo, envió un mensaje a la nación, vía Internet donde pidió a sus compatriotas que apoyaran con pasión a la selección. «Cada jugador está muy motivado y dará todo lo mejor de sí mismo. De eso estoy convencida», dijo. Ayer, vestida con su uniforme de canciller utilizó la tribuna política más importante del país para rendir un nuevo y breve homenaje al equipo. «Tenemos una selección de la que podemos estar orgullosos».