Es que me sacan de quicio, por la gloria de Cotón. Me saca de quicio su demagogia, su partidismo, su falta de vergüenza torera, sus ladridos de caniche envalentonado en unos casos, y sus patéticos silencios en otros. Y es que, si con algo no puedo en esta vida, es con el lacayismo, con la adulación rastrera, con los usos bastardos de lo que debería ser un movimiento honesto e imparcial en busca del bien común. No soporto la utilización partidista de lo que debería ser un órgano que diera voz a los que viven en el silencio. Me estoy refiriendo -ya lo pueden suponer ustedes por el título de la gacetilla- a ese organismo de pseudo-representación vecinal llamado Solidaridad. Hermosa palabra que, a fuer de tanto usarla de forma ora interesada ora inadecuada, va a acabar perdiendo su significado más pristino.
Desde hace casi dos décadas, calculo yo, ese engendro mal nombrado Solidaridad, que pretende aglutinar a las diversas asociaciones vecinales existentes en nuestra sufrida ciudad, viene asolando la vida política de este Jerez de nuestras entretelas. Nacido en el útero del pachequismo más cerril y más servil, ha venido sirviendo, desde su fundación, a los intereses de quien le amamantó, contribuyendo de forma realmente vergonzante a que el régimen político que durante veinticinco años ha llenado nuestro pueblo de rotondas e intermediarios se perpetuase en el poder como una cabra en el último risco de la cordillera.
Dirigido habitualmente por funcionarios municipales, que manda huevos que quien tiene que luchar contra el poder municipal coma en su abrevadero, el engendro, durante los años de su malhadada existencia, ha venido vociferando sobre lo divino y lo humano, ha venido protestando contra tirios y troyanos, ha venido actuando en dimes y diretes, pero siempre, ahí es nada, con una condición subliminal: jamás morder a la mano que mece la cuna. Es decir, jamás poner chinos al paso del caballo del capitán de la mesnada. Ya me entienden ustedes, que a buen entendedor, pocas palabras bastan.
Han sido inútiles cuantos intentos se han realizado para democratizar el engendro, para despolitizarlo, para sacarlo de la senda de la utilización partidista. Fue inútil, incluso, el propósito bienintencionado de Quintana que, tal vez frustrado por quien fue su cabeza de lista -y va sin segundas, ¿eh?-, intentó durante unos meses maquillar el adefesio y reencauzarlo por la vía de la reivindicación vecinal más allá de ideologías. Todo ha sido inútil. Y ahí sigue -aunque con menos credibilidad que Carretero hablando de que Hacienda somos todos-, pretendiendo influir en la vida política jerezana, poniendo desesperadamente ladrillos en los pies de barro de su caporal, haciendo rogativas para que la pequeña barca no naufrague definitivamente tras el nuevo rumbo del oleaje. Cuando esto escribo, leo que, por ejemplo, reprochan las promesas del Hospital -que también se las trae-, pero no han dicho ni pío de los terrenos de Ikea, ni de las expropiaciones a saco, ni de los clamorosos convenios urbanísticos, ni de los huertos de ocio, ni de Eurocamerican, ni de... Ahí se callan, esconden la testuz, miran para otro lado, los muy vendidos.
Posiblemente, puesto que ya sabemos cómo funciona esto, esta gacetilla, que escribo entre partido y partido de este bendito Mundial que entretiene las horas tórridas de este verano adelantado, me traiga cola, y puede ser, Dios no lo quiera, que, de aquí a nada, las huestes del cejijunto Casal me pongan a caer de un burro y a seguir la senda del tal Pulido tras lo que escribí sobre la estatua del general. Si tiene que ser, que sea, que ya está uno acostumbrado a que le arañen sus carnes morenas. Pero no me iba yo a privar por eso del gusto de decir las verdades del barquero. Porque, ya lo decía en el exordio, es que me sacan de quicio, por la gloria de Cotón.