Afganistán vivió ayer uno de los peores atentados registrados desde principios de año. Al menos siete personas murieron y otros diecisiete resultaron heridos en Kandahar, en el sur del país asiático, a causa de una bomba colocada en un autobús. Según informaron desde la coalición militar dirigida por Estados Unidos y el Ministerio de Interior fue «un ataque deliberado contra civiles» y descartaron una información inicial que aseguraba que el vehículo de transporte colectivo chocó contra un todoterreno y que entonces se produjo la deflagración de unos explosivos que eran transportados y cuyo destino posiblemente era el de ser utilizados contra el Ejército norteamericano en el aeropuerto de la ciudad.
Las víctimas eran trabajadores y algunos intérpretes empleados por las fuerzas estadounidenses, según dijo Daoud Ahmadi, portavoz del gobernador de la provincia de Kandahar.
La insurgencia talibán reivindicó el ataque. «Cualquiera que trabaje para los estadounidenses, donde sea en Afganistán, es un blanco. Tienen que dejar de ayudar para los americanos o sus amigos», amenazó el portavoz de los rebeldes. Desde mayo, han lanzando una fuerte ofensiva en las provincias de Helmand, Uruzgan y Kandahar, que ha dejado más de quinientos muertos.
10.000 soldados
Por ello, las fuerzas de la coalición y el nuevo Ejército afgano han iniciado la mayor ofensiva desde la caída de los talibanes a finales de 2001. Más de 10.000 soldados, canadienses, estadounidenses, británicos y afganos, desplegados en el sur del país, participarán en la operación «de asalto contra la montaña» para intentar aplastar la rebelión, subrayó el coronel Tom Collins, un portavoz de la coalición.