El comunicado de ETA, dirigido a la opinión pública francesa y a sus instituciones, ofreció ayer las dos caras que la banda terrorista viene mostrando desde que el 22 de marzo anunciara «un alto el fuego permanente». Por un lado, ratificando el cese de su actividad terrorista, explicita su voluntad y su compromiso de «culminar el proceso abierto» con su decisión. Por el otro, insiste en la sectaria recreación de un conflicto histórico para diluir en él la terrible culpa que han ido acumulando sus activistas y sus cómplices asesinato tras asesinato. El hecho de que con su declaración ETA haya tratado de implicar al Estado francés en el «conflicto» y en la «solución» refleja, además, su resistencia a reconocer los datos de la realidad. La respuesta del ministerio de Exteriores galo, situando el problema del terrorismo etarra en el ámbito de la «soberanía española», resulta tan elocuente como el nulo eco que la nota de ETA obtuvo en la opinión pública francesa, cuya visión del problema coincide con la posición manifestada por su Gobierno.
Es más que probable que el último mensaje de ETA esté destinado en buena medida para su consumo interno. Pero lo que resulta preocupante es que la banda terrorista persista en un discurso altanero en el que implícita y explícitamente viene a recordar a sus bases que su lucha continúa. La pretensión de parangonarse como interlocutor con la República Francesa no pasaría de ser una desagradable humorada por parte de ETA si esta misma semana la sociedad española no hubiese asistido a la dolorosa representación protagonizada en la Audiencia Nacional por dos personas acusadas de los crímenes más terribles cometidos por la banda terrorista en los últimos años. En una actitud desafiante, vinieron a demostrar que no hay en ellos atisbo alguno de pesar por los asesinatos cometidos en nombre de ETA.
La continuidad del alto el fuego sigue siendo la noticia más destacable para una sociedad ansiosa por ver el final definitivo de la era del terror y la coacción. Pero la esperanza que el cese de la actividad violenta representa no puede ocultar la inquietante presencia de una trama organizada que se niega a admitir su derrota y trata de eludirla insistiendo en sus postulados de siempre. Porque es inquietante que en el alto el fuego ETA considere necesario alimentar a las bases de la izquierda abertzale con los mismos argumentos que le servían para justificar sus mayores atrocidades. Algo que invita a pensar que cuando ETA habla de «culminar el proceso abierto» con el alto el fuego se refiere a algo demasiado distinto a lo que anhela la ciudadanía.