España completó ayer un debut que ni soñado en el Mundial de Alemania. Fue un día redondo en el que los astros del fútbol parecieron confabularse para honrar a una selección que salió del Zeltrastadion de Leipzig reforzada en todos los sentidos y, sobre todo, en uno fundamental: la convicción general de que hay equipo, de que esta tropa joven e impredecible que ha armado Luis Aragonés tiene entidad para ser una de las protagonistas de este Mundial a poco que no se tuerza.
Al final, sobre el césped, el sistema elegido fue más un 4-1-2-3 que el 4-3-3 del que tanto se ha venido hablando, pero lo importante es que a la selección le sentó como un guante. Se demostró desde el principio, lo que resulta muy significativo.
El engranaje funcionó a la perfección. Como en los entrenamientos. España movía la pelota con sentido, alrededor de tres futbolistas que saben hacerlo y mezclan muy bien: Xabi Alonso, Xavi Hernández y un Senna que se reivindicó con un partidazo.
Por delante, la movilidad, frescura y desparpajo del trío ofensivo resulto letal para Ucrania, que nunca supo lo que hacer. Blokhin deberá buscar una sentencia de Napoleón para reactivar a su aplatanada soldadesca, que concedió demasiados espacios por las bandas (Gusev y Rotan no tapaban a nadie), y se dedicó a lanzar balonazos en busca de Voronin y de un Shevchenko que no supuso ningún tipo de peligro para la defensa española en los noventa minutos que duró el encuentro.
Cuestión de acertar
Así las cosas, para España sólo era cuestión de acertar entre los tres palos de Shovkovskyi. Y vino a conseguirlo pronto, recién pasado el cuarto de hora, en dos jugadas a balón parado que, de nuevo, salieron tan bien como en los entrenamientos en Kamen. La primera fue un córner. Xabi Alonso metió la cabeza en la montonera y marcó el 1-0. Tres minutos después, llegó el segundo en un libre directo de Villa que la barrera desvió a la red. Fue un golpe de suerte, pero también de eso hay que tener en un Mundial y España la tuvo para encarrilar el duelo, que ya sólo tuvo un dueño.
Si quedaba alguna duda sobre la suerte del partido y la capacidad de reacción de Ucrania ésta se desvaneció por completo a los dos minutos de la segunda parte, cuando España hiló un magnífico contragolpe, Fernando Torres se plantó sólo delante de Shovkovskyi con el aliento de Vashchukn en el cogote y la pifió. Fue cosa suya. Él mismo con su propio mecanismo. Massimo Busacca, sin embargo, no lo vio así. Qué es lo que vio el trencilla suizo, que ayer fue una especie de antítesis del inolvidable Al Ghandour, es difícil decirlo, pero el caso es que pitó penalti y expulsó al central del Dínamo de Kiev. Una barrabasada. David Villa transformó la pena máxima y se terminó el partido. A partir de ese momento, rebajada a cero la tensión, se trató de disfrutar al compás de la hinchada española, que agitaba banderas y monteras, y transitaba en sus cánticos entre el clásico A por ellos, oe, el rústico Opá, el himno nacional y un Sí, sí, sí, nos vamos a Berlín de nuevo cuño. En esa atmósfera, Luis hizo los dos cambios más académicos posibles. En el minuto 54, Albelda y Raúl, los dos fijos que han dejado de serlo, salieron en lugar de Xabi Alonso y de Villa, que instantes antes de abandonar el campo estuvo a punto de coronarse con un hat trick. Remando a contracorriente, por puro orgullo, tuvieron un par de buenas ocasiones en la segunda parte, en sendos disparos de Voronin y Rebrov, pero ni siquiera pudieron hacer el gol de la honrilla, que hubiera sido el primero en su historia mundialista. En lugar de eso, tuvieron que seguir penando y ver como España, en una magnífica jugada nacida en la casta de un soberbio Puyol metido a artista y culminada con un zapatazo de Fernando Torres, hacía el cuarto y coronaba un impecable debut.