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Lunes, 22 de mayo de 2006
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LECHE PICÓN
Pedrito Almodóvar
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En este país de farándula, donde a las putas se las llama baronesas y a las baronesas se las llama putas, y no pasa nada, no tenemos remedio, como no me canso de decir. Somos capaces de lo mejor y de lo peor: lo mismo tenemos arrestos para ser dueños de más de medio mundo en aquellos tiempos del Imperio en el que no se ponía el sol, que lo mismo somos capaces de hacer ridículos tan gloriosos como aquel de la heroica toma de la Isla Perejil. Al alba, recuerden ustedes. Y con viento de levante. Que manda huevos la cosa.

Pues bien, en este contexto de luces y sombras, resulta que habíamos sido capaces de instituir un galardón que, con el paso de los años, había alcanzado un justo y merecido renombre internacional, hasta el punto de convertirse en honroso competidor del Nobel: me estoy refiriendo, claro está, al Premio Príncipe de Asturias, distinción de la que han sido merecedores personas de la talla de Simone Veil, Henrique Cardoso, Arthur Miller, Gunter Grass, Ayala, Umbral, Valentín Fuster, Joaquín Rodrigo, Antonio López y un largo etcétera.

Pero nada, a lo que voy, que no tenemos remedio: baste que gocemos de algo bien hecho, para que, de golpe y porrazo, por obra y arte de un grupito de petimetres, se vaya al carallo el trabajo de años. Porque resulta que este año el jurado del referido galardón ha considerado merecedor al ínclito Pedrito Almodóvar, arquetipo del mamarracho hispano y con menos luces intelectuales que uno de los caballitos de colores de nuestra nunca bien ponderada rotonda, del Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Jódanse.

No he visto ni una ni dos ni tres ni cuatro sino cinco películas del tal Almodóvar. ¿Cinco! Puro masoquismo. Pero estaba deseando convencerme, aún a costa de perder un par de miles de neuronas, de que lo que decían los insignes críticos era verdad: que el tipo era un genio. Así, vi Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, y me dije que un desliz lo tiene cualquiera. Vi Átame, y fui yo el que quedó al borde de un ataque de nervios. Pero seguí insistiendo, bienintencionado como nunca. Mi paciencia llegó hasta Tacones lejanos, donde otro que también chorrea aceite hacía el papel de un juez transexual. Les prometo por lo más santo que, si no llega a ser por la banda sonora de Luz Casal y porque el acomodador era un armario ropero y no me quitaba ojo, le meto fuego al cine. Y me juré que no volvía a darle un euro a Pedrito ni muerto. Y aquí estoy, orgulloso de haber cumplido mi promesa. Mas sin esfuerzo ninguno, vive Dios.

Ahora van y le dan al hombrecito el Príncipe de Asturias de las Artes. Como si en España no hubiera pintores ni escultores ni músicos ni arquitectos. Como si Almodóvar fuera el culmen del arte español. Para reventar, vamos. Y lo más gracioso de todo es que, según consta en el acta del jurado (no se pierdan la composición: entre ellos, Fernando Delgado y García Candau, otros dos que también se las traen), le dan el premio «por la integración de sus raíces que son las nuestras».

¿De verdad ven ustedes en las películas de Pedrito Almodóvar un atisbo de nuestras raíces? Pues como no sea porque el buen hombre es manchego, como el queso... En fin. Como decía el otro: País.



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