Cuando por nuestros lares aún había honor y lucha, Roma hubo de sufrir la aniquilación de muchas legiones para dominar esta tierra de raza y héroes. Aún así, fue sólo mediante el soborno que lo pudo conseguir, haciendo que el líder que aglutinaba la resistencia hispana fuera asesinado a traición por sus lugartenientes. La recompensa para ellos, no obstante, no fue la prometida, y de ahí viene la frase que respondió Cepión cuando le reclamaron el pago por los servicios: «Roma no paga traidores». En realidad mintió, pues no sólo les pagó, sino que les dio lo que en justicia merecían: la muerte. La Hispania de hoy, por supuesto, es otra cosa, más bien es ya casi nada, pero en algo se parece a aquél gran imperio que la dominó en un tiempo: sus gobernantes siguen traicionando a los traidores. Han cambiado, desde luego, muchas cosas, y si el enemigo de entonces era un poder exterior imparable, ahora se trata de un poder interno que, al parecer, también es imparable.
Tras la estocada que el estatuto de una parte de la Tarraconense ha supuesto para la continuidad de Hispania, aquellos que teníamos esperanza en que la Bética demostrase sentido común y fe en la unidad, los que pensábamos que se diría : «Por ahí no vamos a pasar nosotros, y no va a pasar nadie» (porque, aunque no lo creamos, teníamos ese poder), hemos aceptado la cruda realidad que, en el fondo, esperábamos: Manuel Chaves ha traicionado a su patria y a todos los andaluces, consiguiendo que sigamos siendo irrelevantes, aumentando los agravios entre comunidades y dando un paso más hacia la disgregación, la insignificancia, el caos, o quizá algo peor. Y he aquí que la primera moneda que sus jefes le dan en pago por los servicios a favor del odio y la ruptura es una bofetada en la cara, un escupitajo en el ojo, un restregón por las heces: el ministro de Industria ha decidido que la Junta de Andalucía tendrá que reducir a la mitad la capacidad de generación de energía eólica que preveía el Plan Energético Andaluz. Ello supone, además de la humillación, un recorte de inversiones de unos 2000 millones de euros, y un alejamiento del protocolo de Kioto, que aunque no sirva para casi nada, es una de las banderas que enarbolan los socialistas para seguir engañando a la gente. Dice Montilla que, de respetar el plan, la capacidad de absorción del sistema eléctrico se vería desbordada. La solución parecería ser entonces aumentar la inversión para hacer crecer la capacidad de absorción, incrementando así, de paso, el porcentaje de energías renovables, y contaminando, por consiguiente, cada vez menos. ¿Qué se hace, pues? Se reduce la inversión, condenando una vez más a Andalucía al mismo círculo vicioso en el que lleva encerrada décadas.
Es posible que el único logro real del presidente de nuestra comunidad en todos estos años haya sido que, en el futuro, su recuerdo sea tan ignominioso e infausto como el de aquellos que traicionaron a Viriato. Desgraciadamente para Andalucía, eso a él le resbala.
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