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Domingo, 21 de mayo de 2006
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Vampiros de órganos
Por 600 euros, los campesinos de Nepal, uno de los países más pobres del mundo, venden uno de sus riñones a las mafias
Vampiros de órganos
MISERIA. Nepal conserva un aura de paraíso aunque en la actualidad sea uno de los países más pobres del mundo.
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CADA cierto tiempo, los pueblos del valle de Katmandú sufren unas misteriosas desapariciones. De improviso, uno de sus vecinos se esfuma y nadie, ni siquiera su familia, sabe nada de él hasta que, al cabo de un par de meses, el perdido regresa al hogar. Aunque suele volver muy debilitado y cojeando, la alegría por su retorno acalla las preguntas sobre su extraña marcha y desata el alborzo en la aldea, que celebra una gran fiesta en su honor en la que todos sus habitantes cantan, bailan y se emborrachan hasta el amanecer.

Después, la fortuna parece sonreír durante algún tiempo al desaparecido, que suele comprar un poco más de tierra, adquirir nuevos animales para su granja y reformar su morada, muchas sin luz ni agua. Pero, como la dicha no se prodiga en la casa del pobre, enseguida el taciturno errante pierde las fuerzas, cae gravemente enfermo al menor resfriado o muere de manera irremediable.

Es entonces cuando se resuelve el enigma. Al desnudar al fallecido para quemar su cuerpo junto a un río que fluya hasta el Ganges, sus parientes descubren una cicatriz que recorre uno de sus costados y, a veces, se prolonga hasta la mitad de la espalda. Como si fuera la prueba de su sacrificio, la marca en la piel revela el auténtico motivo por el que el desdichado dejó a su familia sin dar explicaciones y luego apareció con un buen fajo de rupias bajo el brazo.

Al menos, así descubrió la verdad Mohan Sapkota, quien en el funeral de un vecino se dio cuenta de que la cicatriz que presentaba el cadáver se parecía demasiado a la que él mismo tiene desde hace ya diez años. Tan curiosa coincidencia sólo podía indicar que su paisano también había sido víctima de los traficantes de órganos que contactaron con él.

«Cuando me emancipé de mi familia y construí esta casa, tenía ya dos hijos y estaba asfixiado por las deudas, por lo que me hicieron una oferta que no pude rechazar», explica Mohan a ABC sentado sobre una esterilla de esparto. «Si vas a la India y entregas uno de tus riñones, puedes conseguir un montón de dinero», le prometió su amigo Krishna Tamang, quien le aseguró que después no tendría ningún problema por el tratamiento médico que le iban a aplicar. «Podía ayudar a alguien que estuviese enfermo y, al mismo tiempo, conseguir lo suficiente para pagar lo que debía», intenta justificarse Mohan. Acompañado por Krishna Tamang, emprendió un viaje de cuatro días en tren hasta la ciudad india de Madrás, donde conoció a la persona que iba a recibir su riñón. «Se llamaba Kumar Bar Joshi, era doctor y se mostró muy amable y conmovido cuando me dio las gracias por lo que iba a hacer por él. Además, me garantizó que me pagaría 60.000 rupias (655 euros), que es el triple de lo que gano cada año vendiendo patatas y tomates», relata Mohan, quien se sometió a la operación en un hospital privado de Tamilnadú.

Regreso a la miseria

Tras la intervención, el donante no volvió a ver al otro paciente. Apenas transcurrió el tiempo mínimo para que Mohan se recuperara en el lujoso centro médico, fue trasladado a una cochambrosa pensión. «Sólo me dieron unas pastillas para calmar los fuertes dolores y, a la semana de dejar el hospital, necesitaba de nuevo atención sanitaria porque la herida no paraba de sangrar», recuerda el desventurado agricultor. Pero Mohan, con un pellejo ya curtido por la dura vida del campo nepalí, sobrevivió y pudo regresar.

Lo hizo acompañado esta vez por un estudiante de medicina de Bután que, tras confesarle que él también había vendido su riñón, le entregó el dinero prometido cuando llegaron a Katmandú. De las 60.000 rupias recibidas, empleó casi la mitad en comprar nuevas tierras y destinó otras 12.000 a colocar un tejado de uralita en su casa. «El resto me lo gasté en menos de un año en bebida y jugando a las cartas», confiesa profundamente arrepentido. Desde entonces, Mohan no ha podido trabajar como antaño, porque se siente demasiado débil. «Me pasaba el día entero durmiendo y caí enfermo durante bastante tiempo, pero no me di cuenta de que había hecho una locura hasta que empecé a recibir la visita de periodistas nepalíes».

Este campesino, que ha tenido otras dos hijas desde que vendió su riñón, decidió fundar una asociación cuyos miembros van casa por casa advirtiendo a sus vecinos de los riesgos de sucumbir a los traficantes de órganos. «Sólo en este pueblo hemos localizado a 25 que han vendido uno de sus riñones, y en la aldea de Jydian hay otras 15».

En Nepal, uno de los países más pobres del mundo, la miseria y la falta de oportunidades llegan a tal punto que familias enteras peregrinan a la India con lo único que tienen, su salud y los órganos de su cuerpo, para venderlos a adinerados enfermos que necesitan un trasplante. Es el caso de Krishna Bor Bajagain, otro de los vecinos de Hokse que, junto a su mujer y su vástago de 20 años, entregó su riñón por un puñado de rupias. «El primero en hacerlo fue mi hijo, que se fue a la India sin mi consentimiento y luego ni siquiera le pagaron lo que le habían prometido, por lo que tuvo que huir después de que la mafia le diera una paliza y le amenazara de muerte», explica este campesino.

Aunque, al principio, se enfureció con su hijo y pensó en acudir a la policía, después consideró que esa era su única salida para mantener a su familia. «Tengo pocas tierras y había pedido prestadas 30.000 rupias (327 euros) que no podía devolver, por lo que acepté cuando me ofrecieron 65.000 rupias (708 euros) por mi riñón. Total, si ya tengo uno, ¿por qué no me iba a desprender del otro?», argumenta apoyado en la azada.

«Ahora me arrepiento»

El dinero apenas le dio para saldar deudas y comprar varias cabras, que murieron al poco tiempo. Así que convenció entonces a su mujer para que siguiera su ejemplo. Aunque ambos sobrevivieron el exiguo postoperatorio, después sufrieron dolores y calamidades que marcaron a Krishna para el resto de sus días. «Para olvidar, una noche me emborraché con mi esposa y bebimos tanto, que ella no volvió a despertarse», balbucea Krishna cabizbajo, convencido de que la falta de un riñón mató a su mujer. «Ahora me arrepiento, y no volvería a hacerlo, porque tengo las mismas deudas que antes», apostilla con amargura, evitando la mirada y contemplando las montañas que envuelven su valle.

En una de ellas, el drama de Krishna se repite en la experiencia de Kenam Singh Lama. A sus 51 años, tampoco espera nada de la vida porque, pobre desde la cuna, perdió lo único que tenía, su salud, al malvender su riñón por 70.000 rupias (763,42 euros), de las que sólo recibió 50.000 (545 euros). Para colmo, tuvo que pagar la mitad de ese dinero en el hospital donde fue atendido después de caerse un día por un barranco de 20 metros mientras subía a su casa, una destartalada vivienda sin luz ni agua en la cima de una escarpada colina a la que resulta difícil acceder incluso para una persona sana.

«No pienso en ello. Lo hice y ya está», zanja Kenam la cuestión aclarando que lo único que le interesa es poder seguir trabajando como jornalero para ganar al año 1.000 míseras rupias (11 euros) con las que comprar el fuerte vino nepalí, famoso por su alta graduación. «Sin beber no puedo dormir, y estoy tan débil que es lo único que quiero? dormir», concluyó ausente admirando el duro valle que se abre a sus pies.



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