Pocas coplas de Carnaval como aquella tuvieron tantas consecuencias prácticas. De pronto, aquel chascarrillo colgado sin tanta intención en medio del popurrí de la mejor chirigota, resumió el pensamiento de muchos y modificó el de otros tantos, así que fijó el de casi todos. Aquello de «Carlos Díaz, los huevecitos se te van a a caer» caló mucho, o vino a ser la simplificación de sensaciones colectivas que habían calado antes. Dicen que el tiempo pone cada cosa en su sitio, lo que pasa es que a veces tarda tanto que nunca se ganaría la vida haciendo mudanzas.
Igual que los años han demostrado que Felipe y Guerra engañaron a todos al repartirse los papeles de hombre bueno y hombre malo, ahora resulta que todo el mundo sabe que los grandes planes para Cádiz los hizo Carlos Díaz, aquel alcalde paternal, afable y soñador traicionado por su propio partido y sus propios miedos. Ayer, de pronto, se le hizo justicia. Igual que el actual Paseo Marítimo; igual que la urbanización del suelo sobrante de Astilleros; como el Palacio de Congresos; como el enterramiento de la vía que ejercía de frontera, el segundo puente era una idea, primordialmente suya, o de un equipo que aglutinaba él o de técnicos a los que supo escuchar él. Resulta sorprendente comprobar cómo tantos tratan ahora de colgarse la medalla, esa que él forjó, que Teófila Martínez pulió con inteligencia tras sacarla del montepío. Esa que ahora quieren colgarse los mismos que se la quisieron hacer tragar a su primer propietario. En cualquier caso, lo único que importa a la gente es que se haga, ya, y que se haga pronto (una ironía) y bien.
Al cabo de una década y media, ha resultado que los huevos se nos caían en realidad a todos pero, claro, es más fácil echarle la culpa al que está al frente que hacer autocrítica. Tres lustros más tarde de aquella gran chirigota, resulta que los planes del acusado siguen sin ejecutarse y que, tras los suyos, no hay ninguno nuevo. Ahora que no hay Carlos Díaz al que echarle la culpa, el puente sigue siendo un proyecto, por muy cercano que esté; en las grandes obras son minoría los gaditanos empleados, el Castillo de San Sebastián sigue sin aprovecharse, como tantas joyas mugrientas del litoral (San Roque, el entorno del Hotel Atlántico...). Tanto tiempo después seguimos sin saber rentabilizar la llegada de los cruceros y dejamos a los turistas tirados, sin molestarnos en entregarles una triste fotocopia con el nombre de un bar en el que comer arroz o pescado frito. Luego, nos indignamos cuando se van a Sevilla nada más atracar. Eso demuestra que irritarse es mucho más fácil que ir a buscarlos, que perderse el almuerzo para abrir la tienda o que aprender inglés. Tanto después, El Pópulo y Santa María han pasado a planta, pero siguen por recuperar. Tantos años más tarde, seguimos siendo campeones nacionales de las peores estadísticas. Cádiz sigue en el mismo sitio en el que lo dejó, con los mismos planes, la fuga crónica, con los mismos festivales, con idénticos tesoros esperando a ser aprovechados, pero ha pasado tanto tiempo que ya no cabe echarle la culpa a una sola persona. Se nos caen a todos y nadie parece tener intención de recogerlos. Lo único que se nos ocurre es polemizar con la propiedad de un histórico templo, como si importase, en vez de discutir sobre la mejor forma de recuperar su protagonismo histórico y darle actividad constante. Lo único que se nos ocurre es crear más playas (como si no fuera lo único que nos sobra) donde ya hay una alameda abandonada, cansada de reclamar un rescate.
Pasado y futuro
Como nunca tenemos presente, sólo nos queda ampararnos en el pasado, que podemos manipular a modo, y en el futuro, que nunca llega. La historia colectiva que nunca llegamos a lucir sigue dando sorpresas. Los hallazgos en Acacias son mucho más sorprendentes de lo que cabía esperar, pero sólo es el primero de algunos descubrimientos que sorprenderán en los próximos meses. Un pozo en la calle San Isidro y otros yacimientos en Santa María han desvelado nuevos tesoros que habrá tiempo de calibrar. A ver si la definitiva apertura de la Casa del Obispo -también con 15 años de retraso, como marca la tradición gaditana- sirve de aliciente para la marcha de otros proyectos.
Memoria en EE.UU.
Otra interesante iniciativa con sabor histórico está en manos de Manuel J. Ruiz Torres, que está a punto de cerrar un ensayo que se antoja apasionante. Se trata de una recopilación de la gastronomía gaditana de la época de La Pepa. Para conocer qué se comía en Cádiz a comienzos del XIX, hay una guía fundamental: El Periódico de Las Damas, una publicación de corte feminista que contenía por entonces, en espacios secundarios, pequeñas referencias de los hábitos alimentarios de la época. Curiosamente, la única colección completa que existe de esa publicación no está en Cádiz. Descansa en Estados Unidos. Habrá que ir a pedir, por favor, que nos la muestren un ratito. Sirva esa anécdota para demostrar lo poco que apreciamos, y conservamos, nuestras cosas.