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Viernes, 19 de mayo de 2006
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EL FORO
Fanatismo
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Esto es lo más grande que me ha pasado en la vida. Bueno esto y tener a mis niños». Así se expresaba una señora sevillana y sevillista, que me parece que no es lo mismo, porque también hay sevillanos-béticos. Desde luego la señora me parece una exagerada. Pero es que la celebración del triunfo deportivo futbolero estuvo trufada de exageraciones a cual más estridente. Gracias a los medios de comunicación, especialmente la fantástica televisión, pudimos ver a una galería de personajes absolutamente enardecidos por la victoria. Evidentemente los periodistas saben hacer su trabajo y se dirigen a aquellos que dan más juego, a los más fanáticos. Estos siempre ofrecen un buen perfil. Parece que se les salen los ojos de las órbitas, gritan desgarradamente, con la voz y la garganta rotas de tanto chillar. Muchos dicen sandeces, otros estupideces, algunos deliran. Y es que, claro, con tanta emoción debe ser muy difícil hablar con coherencia. No meto a todos los aficionados en el mismo saco, quede claro. Hablo de quienes practican el fanatismo. En el mundo del fútbol desde luego hay unos cuantos.

De verdad que no puedo entender a quienes viven con tanta intensidad un partido, por mucha final que sea, de la UEFA, la Liga de Campeones o la Intertoto, vaya nombrecito. Pero no sé porqué me sorprende. Es lógico. Ya se encargan los medios de fomentar el seguimiento del deporte rey en España. Todo el año se dedica al fútbol una atención extraordinaria. Así que cuando algún equipo español llega a una final europea entonces ya es todo un acontecimiento del que hay que hablar largo y tendido. La cobertura mediática sobre el Sevilla la pasada semana fue a todas luces excesiva. Televisión española se convirtió en otra fanática más. Fue increíble que se hiciera un programa casi improvisado para mostrar la llegada del equipo a la ciudad hispalense. Visto lo visto, con la victoria del Barcelona, se hará un especial que dure, no sé, dos semanas o mejor un mes. Puestos a exagerar. Es complicado no ser arrastrado por esa fiebre. Me ha contagiado incluso a mí. Parece que si no ves el partido en cuestión eres casi como un bicho raro. Y bien pensado, puede que el seguimiento futbolístico tenga algún efecto positivo. Al día siguiente te socializas en la oficina hablando de tácticas y estrategias, por ejemplo. Entiendo que ser aficionado a algo está muy bien siempre y cuando no se llegue a extremos que nublen la mente. Porque es entonces cuando aparece el borrego que todos podemos llevar dentro. Se pierde el discernimiento, la vergüenza, la educación, la clase.

El fanatismo no entiende de sexo, raza o condición y el deporte es sólo uno de los terrenos donde observamos sus efectos. Otro campo propenso es el de los políticos que a veces, por cierto, también parecen jugar. Maldita la gracia. El espectáculo que a veces dan los servidores públicos es, francamente, deleznable. Esta semana veíamos el circo que montó en el congreso un diputado del PP, un tal Martínez Pujalte, que mantuvo una actitud displicente, desafiante y maleducada con el presidente Manuel Marín después de gritar al ministro de defensa. Y aún más. En la asamblea de Madrid, el grupo popular escenificó una singular obra con los miembros del partido atándose las manos con unas esposas de juguete. Ambos montajes estaban organizados y planificados. Era la respuesta popular a la sentencia del llamado caso Bono. Esta vez han sido los del Partido popular pero otras veces han sido los del PSOE. Qué más da. Unos y otros acatan la llamada disciplina de partido y salvo honrosas excepciones obedecen al amo, sea el presidente, el secretario general o el jefe de comunicación del partido.

Las consecuencias del fanatismo pueden ser fatales. Existen hinchas violentos y peligrosos. Existen militantes capaces de atentar por una ideología. Existen religiosos que adoctrinan a los devotos desde la infancia para que se conviertan en mártires asesinando. Fanatismo y violencia, dos actitudes que unidas componen una mezcla explosiva.



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