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Domingo, 14 de mayo de 2006
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DONDE LAS CALLES NO TIENEN NOMBRE
Guarníos
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Viernes de Feria. Caseta de Vicente Blanco. El cuadro flamenco lleva ya algo más de media hora de actuación con una temperatura que, como diría mi querido Luis Lara, ni en la comunión de Cleopatra. Una de las artistas, Ana Peña, toma el micrófono: «Vamos a ver qué se puede hacer porque estamos ya guarníos». Todo jerezano entiende esa expresión como un sinónimo de cansado, agotado, hecho polvo. Es una palabra de las que sólo se escucha por estos lares, ahí va otra. Lo dicho por la gran Ana Peña -voz portentosa donde las haya- me sirvió para recordar algunas de esas perlas que tenemos en el vocabulario del Sur y que, aunque algunas no aparezcan recogidas en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, definen mejor que cualquier tésis lingüística el saber popular y la manera de vivir que tenemos en esta bendita tierra. Cambembo, casapuerta, jocifa, chungo (como los bichos de Chapín), boniato...En fin, creo que este apartado nos puede dar para muchas páginas de recorrido por nuestra cultura, pero no ere ése el objetivo de este artículo dominical que amenazo con seguir publicando cada semana. Habíamos empezado en la feria y allá volvemos. Como siempre la del Caballo ha sido formidable, magnífica; pero también se le pueden poner algunas pegas. Además, los pueblos para avanzar deben levantar la vista de su ombligo y ver lo que no se hace bien, lo que se puede mejorar. En uno de mis paseos por el Real se me ocurrió traspasar la frontera que hay entre el templete de Onda Jerez y el resto de la Feria. A partir de ahí, más que el González Hontoria uno creía estar en un slalom gigante, pero con bolsas, botellas de Dyc y miles de vasos de plástico como obstáculos. Vaya imagen la del botellón tan alejada, tan diferente, tan distante de la que vendemos de la Feria de Jerez en todo el mundo. El panorama me hizo reflexionar, además, sobre la utilidad que ha tenido repartir las casetas de los jóvenes por todo el Real con el objetivo de no propiciar guetos. La idea, respetable y hasta plausible, no parece haber causado el objetivo que se pretendía. La zona de las casetas de los jóvenes estaba igual, sino peor que en otras ediciones. La Feria del Caballo se convertía en unos metros al llegar a esas calles en la feria de la exaltación del botellón. Es más, el fenómeno ha ganado terreno este año y se ha extendido hasta la zona noble del parque y hasta la misma puerta de la caseta de algún partido político. Alguien me decía que no es lógico que se sea tan escrupuloso con la vestimenta de un jinete a la hora de entrar en el Paseo de Caballos -algo que me parece perfecto- y sin embargo se de carta libre a las legiones de botelloneros que cargados de bolsas de plástico han invadido el Real. Los precios no están al alcance de los jóvenes, es cierto, pero algo hay que hacer para frenar esto.



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