El Papa Benedicto XVI nos convoca en la capital del Turia, del 1 al 9 del próximo mes de julio, para celebrar el don maravilloso de la familia. Estos Encuentros Mundiales nacieron en 1994 por iniciativa del recordado Juan Pablo II, que quiso poner de relieve cómo en la familia se forja el futuro de la Humanidad. A pesar de que, en la actualidad, hay fuerzas que se empeñan en desfigurar la realidad misma del matrimonio y de la familia, los jóvenes siguen dando la máxima valoración a la institución familiar como fuente sólida de afectividad y crecimiento humano. Hoy, como siempre, la unidad de esposo y esposa, de padre y madre, es imprescindible para formar un hogar sobre el cimiento del matrimonio. En ocasiones se califica de «tradicional», en sentido negativo, el proclamar que la familia es el resultado de la donación y entrega mutuas de un hombre y de una mujer. Así, se presentan como «conquistas del progreso y las libertades» otros tipos de uniones, sin cuestionarse si respetan la verdad de la persona o favorecen el futuro de la especie humana.
Sólo el amor entre esposo y esposa es lo verdadero, porque da vida y ofrece condiciones humanas para vivir, acoger a los hijos y cuidarlos en todas las dimensiones. Ése es el ámbito de la ecología humana, santuario de la vida y esperanza de la sociedad. Donde ha surgido la vida humana, también se nace a la vida sobrenatural; de ahí el lema de este Encuentro: La familia, transmisora de la fe. El primer despertar religioso se da en el seno familiar. Se descubre la cercanía de Dios en el amor de los padres, donde se aprende a dialogar con Él a través de la oración. En la vivencia eclesial de la familia nos abrimos a la gracia de los sacramentos y experimentamos la Iglesia como la familia de los hijos de Dios. La familia se convierte en escuela de valores humanos y cristianos en la unidad amorosa de padres e hijos. Los grandes principios que están hoy en boga como la solidaridad, la fraternidad, el compartir, tienen su cuna y aprendizaje en la familia. Sin la referencia familiar es muy difícil adquirir el hábito de los grandes valores. Por eso mismo, la ausencia de familias o su dislocación se muestra como un grave peligro para el hombre ya que, en esa coyuntura, algunos están irremediablemente destinados a situaciones de miseria o marginación.
El Encuentro de Valencia será, sin duda, un paso importante en el camino que la Iglesia en España está recorriendo a favor de la familia, y con las familias. Allí, el horizonte familiar se universalizará, al poder ver lo mucho que se hace entre nosotros, y en todo el mundo, por la familia. Descubriremos la gracia y la fuerza que tiene el vivir en comunión con los padres y los hermanos. Aprenderemos unos de otros y estrecharemos lazos de amistad. Además, celebraremos la victoria del amor de Jesucristo frente al desamor y la división del pecado. Sentiremos la belleza de la fe católica, especialmente visible con la presencia del Papa.
Llamo a colaborar con entusiasmo a todos los diocesanos de Asidonia-Jerez, parroquias, cofradías, comunidades, asociaciones y movimientos, haciéndonos presentes en Valencia y organizando previamente actos religiosos y culturales en torno al tema de la familia, que preparen los corazones a una mejor participación. Los que no podáis asistir al Encuentro, uníos en la oración para que Dios otorgue muchos frutos materiales y espirituales a las familias del mundo, sobre todo aquéllas que estén mas necesitadas, a fin de que tengamos una sociedad más sana y un futuro más esperanzador.