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Lunes, 24 de abril de 2006
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TOROS
OCTAVA DE LA FERIA DE SEVILLA
Tres mansos, granizada, diluvio y suspensión
La corrección de Jesulín y el heroísmo del Fandi, único positivo en una tarde arruinada por la imponente granizada
Tres mansos, granizada, diluvio y suspensión
EMPEÑO. El Fandi luchó bajo un enorme temporal pero tuvo que matar precipitadamente.
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FERIA DE ABRIL
La Maestranza, 8ª de abono. Encapotado desde el inicio. Chispeó durante los tres primeros. Diluvio durante la lidia del cuarto y granizada durante la del quinto. Se suspendió la corrida de forma algo tardía, sin soltarse el sexto.

Cinco toros de El Torreón (César Rincón). Corrida de reses muy desiguales hechuras. El primero, muy voluminoso, bondadoso. Rajados segundo y tercero. Sin el menor celo el cuarto. El quinto no pudo verse. El sexto se quedó.

Jesulín de Ubrique,

silencio en los dos.

El Fandi, silencio y palmas.

Serafín Marín, silencio.

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El primer toro de corrida fue de gigantescas proporciones, justo de fuerzas y con más ganas de ir que de emplearse propiamente. Se emplazó de salida y, al estirarse en el platillo, pareció crecer tres o cuatro palmos.

Jesulín le hizo una faena de gran suavidad. Precisión, oficio y calma. Todo el ajuste que permitió el toro con sus dimensiones de buque. No mucho. Fría la gente. Los muletazos de igualada fueron muy bonitos. Un pinchazo y una estocada ladeada que tumbó sin puntilla al toro.

Estaba encapotado el cielo desde el paseo y apenas se abrió algún claro durante la lidia del segundo, que se frenó primero y se abrió de manso enseguida.

Un toro jabonero, alto y estrecho, sin trapío ni fondo ni clase. Manso el son, pero El Fandi, brillante en tres pares de banderillas que tuvo que provocar mucho, brindó al público.

No llegó el toro ni al octavo muletazo. Se plantó antes. Estaba en realidad rajado antes del brindis. El Fandi lo atravesó con la espada.

Empezó a cernirse la amenaza de tormenta cuando se soltó un tercero muy terciadito pero armado aparatosamente. Ese toro estuvo a punto de reventarse contra el burladero donde hace guardia el tercero de cuadrilla. Se estrelló después. También escarbó.

Arreó de bravucón en la primera vara, provocó un derribo, volvió a arrear en la segunda vara y después se puso a calcular a cuánto quedaban las tablas. Y entonces empezó a llover. Serafín brindó a la gente ya guarecida bajo paraguas.

El toro se fue al tercer muletazo y, si la faena fue de veinte pases, más de la mitad fueron persecuciones en pos del toro. No hubo manera. Serafín cobró buena estocada para rematar.

El cuarto, armado por delante trató de volverse pero acabó sa-liendo al paso y al trote luego. Se estaba cuajando del todo el temporal, tronó, ya estaba cerrado el cielo como si fuera de noche. Era el aviso del diluvio que se avecinaba, como pocos recuerdan otro.

Jesulín, animoso y seguro, lidió y trasteó con limpieza y criterio. Abierto de manos, ahotado, el toro no tuvo ni medios viajes. No pudo. Le buscó las vueltas el torero de Ubrique pero le pidieron que acabara cuanto antes. El toro murió pegando coces. Se liaron dos en un tendido a paraguazos y puñetazos mientras se estaba banderilleando.

Y luego vino el acabóse porque antes de que asomara el quinto descargó una granizada brutal. Un pedrisco con acompañamiento de agua a mantas y a jarros. Charcos por todo el piso, desbandada general en los tendidos, en el callejón se negociaba la suspensión porque no tenía sentido torear en esas condiciones.

El Fandi tuvo el gesto heroico de lidiar bajo el diluvio y, sin banderillear, con la montera calada, hacerse espada y muleta. Le pegó al toro cinco muletazos hasta dejarlo en el platillo y ahí lo mató de estocada certera.

Antes de arrastrarse el toro hubo señales de suspensión. Se metía el agua hasta por las gradas cubiertas.

Un infierno de agua.



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