El Domingo de Resurrección ha pasado. Una fecha de gran emotividad cristiana, pero también un día muy taurino. En Jerez volvía a su barrio el Cristo de la Expiración, con su melena acariciando el viento, con su mirada ciega en el cielo buscando en su muerte el consuelo de la vida eterna. Las calles de San Miguel se adornaron de saetas flamencas, sonidos de ecos de La Paquera retumbaron por la plazuela. Y Lola, que en bronce llora, se hizo baile con perfumes de flores y canela.
En Sevilla la Resurrección se viste de tarde de toros. La Maestranza rebosa luz, colores y calores hacen presencia. El cartel de la tarde pinta los toreros del momento. Las figuras de hoy con Rincón, El Cid y con Morante a la cabeza, quien nos trae una belleza muda que, aun faltándole espíritu, sí atesora solera pintoresca, mirándose en el espejo del negro y azabache. El arte en su grandeza sigue nostálgico.
Me acuerdo de Curro Romero, que durante cuatro décadas no faltó a su cita de Domingo de Resurrección, pero que sigue toreando en nuestra melancolía. Con su capotillo grana, acunando la embestida de un toro encastao, tan despacio, tan templao. Dejando aromas de romero prisioneros que se hacen fugitivos en una vereda sin tiempo. Toreros, Curro y Rafael, que se hicieron eternos e inmortales para nuestro sentir y entender. Uno no puede evitar, paseando por Sevilla, por sus bellos jardines, sentir la piel de gallina al contemplar las calles de Triana. Pasar por su puente y observar la figura mística de Juan Belmonte reinando majestuoso en su barrio. Cuna de buenos toreros.... cava de los gitanos. Se paladea con un buen vino la esencia de Cagancho, de Chicuelo, de los Gallo, Rafael y José, de Curro Puya, de Gitanillo, y de ese Pepe Luis Rubio.
Y uno siente todo eso, aun sin haberlo vivido, porque su dulce pureza sigue ahí, en las calles, en sus barrios, y en su plaza. Una Maestranza, reina bruja de todas las plazas, que adorna sus jardines con los monumentos de sus toreros y cantaores, símbolos inequívocos de la cultura sevillana.
Uno no tiene más remedio que seguir mirando, casi sin esfuerzo, el empaque del bronce de Curro Romero, que en Sevilla nos sigue expresando esa bella sinfonía de una estirpe de toreros que siguen salpicando de arte el ruedo de nuestro recuerdo, ese que me sigue conmoviendo.
Dedicado a mi prima Carmen Leyton, en cuyos ojos vive la profunda poesía.