Al Gobierno hay que reconocerle que ha estado prácticamente solo en la cancha de la opinión pública en las últimas semanas: entre el alto el fuego permanente de ETA, la conmemoración de los dos años de mandato socialista, el Estatut, la remodelación suscitada por la salida de Bono y las polémicas anejas a todo ello, hemos visto a Zapatero hasta en la sopa. Este domingo, en la plaza de toros madrileña de Vistalegre, en la se supone que alegre celebración del ecuador de la legislatura con el PSOE al timón, nuevo acto de exaltación, más titulares de prensa, más minutos de televisiones y radios. Mariano Rajoy parece, en estos tiempos, confinado a las páginas pares, sin otra función que tratar de responder a las iniciativas gubernamentales y sin que casi nadie, aparentemente, preste demasiada atención a su voz.
Será -es- que el presidente del PP tiene un problema de comunicación. Porque algo de razón, o bastante, hay en lo que dice: lo cierto es que buena parte de la ciudadanía parece sentirse algo desconcertada ante varios procesos que galopan sin demasiado control. Porque, mire usted por dónde, una vez superado el salto de obstáculos del Estatut, ya amenaza el Estatuto andaluz con llegar, en un par de semanas, al Congreso de los Diputados, en medio de la polémica derivada de ese reconocimiento de la «realidad nacional» de Andalucía, que tan poco gusta en el PP. O los discursos, tan extraños, de Ibarretxe, que poco tienen que ver con los de su correligionario Imaz y no abren más que perplejidades ante lo que pueda suceder en el País Vasco. O a ver qué diablos va a ocurrir con Navarra, que nadie parece capaz de explicarlo con claridad y detalle desde el Ejecutivo central, aunque no falten malpensados que crean, bien es verdad que sin mayores indicios, que esta Comunidad tendrá no poco que ver con las negociaciones para la pacificación vasca.
Nada grave, nada definitivo. Probablemente, decir, a cuenta de los datos imprecisos que acabamos de citar, que España corre el riesgo de romperse es una patente exageración. Pero en política tan importante es la realidad como la manera en que esa realidad se percibe. Y seguramente mucha gente percibe no pocas inestabilidades e improvisaciones en las iniciativas gubernamentales o paragubernamentales.
Y no solamente, por cierto, en las iniciativas que tienen que ver con lo territorial. Personalmente, me parece mucho más desconcertante la involucración del Gobierno en algunas cuestiones económicas polémicas, véanse las opas sobre Endesa, tema que cada día se complica más desde el punto de vista jurídico y político. Hace bien Rajoy en pedir responsabilidades; hace mal en no señalar aún con mayor insistencia a responsables concretos, como el ministro de Industria, José Montilla, que cabalga sobre todos los tigres.
En algún momento, y dentro de las celebraciones de estos dos años, Zapatero habría de enfrentarse a una conferencia de prensa abierta y en directo, no solamente a las preguntas de un medio concreto, y aclarar, sin límites, muchas de las cosas que andan dando vueltas por las cabezas de muchos españoles. El caso es que, de momento, se ha optado por otras fórmulas, incluyendo el mitin en la plaza de Vistalegre. Este domingo de exaltación se hablará mucho de estos dos primeros años en los que Zapatero ha desbloqueado muchas cuestiones políticas, ha entrado a fondo en cuestiones sociales más que polémicas. Tiene perfecto derecho el presidente a hacer escuchar su voz, usualmente poco autocrítica, porque seguramente son más los claros que los oscuros en este trayecto. Tiene, sin duda, derecho a sentirse orgulloso de lo realizado, aunque acaso no sea tan bueno mantener las incógnitas sobre lo por realizar.