Empiezo a estar frito de los ultraforofos que se erigen en salvadores de la causa amarilla. Mentira, no empiezo. Estoy absolutamente hasta las narices de esos que critican a todo aquel que ose decir que este Cádiz tiene muy pocos argumentos futbolísticos para seguir el año que viene en Primera. Esos que hablan de derrotistas, anticadistas y demás absurdeces si no oyen lo que quieren oir. Como si ellos fueran más fieles a los colores por el simple hecho de negar la evidencia. Está claro que en esto del fútbol manda la pasión, la falta de raciocinio, el criticar sin argumentos al rival y defender a los tuyos hagan lo que hagan. Y así debe ser. De lo contrario esto sería aburridísimo. Pero de ahí a convertirse en ciego va un abismo. Y eso es lo que hay que estar, ciego, para no ver que la salvación está mucho más que complicada. Quedan doce puntos en juego de los que el Cádiz debe sumar, como mínimo, siete. Aún así nadie le asegura nada, y si encima a esos doce le restamos tres del próximo sábado ante el Barça, resulta que estamos hablando de mucho más que un milagro. De acuerdo que en fútbol todo es posible. Vale que a estas alturas todo puede pasar y cosas peores se han visto. Ojalá este Cádiz consiga volver a sorprender a toda España y se salve en el último suspiro. Pero aunque me duela reconocerlo -y créanme que me duele-, lo veo muy complicado. Y si al final ocurre lo peor, no nos llamen derrotistas a los que no confiamos mucho en la salvación. Simplemente digan que tenemos ojos en la cara. Eso sí, si se obra el milagro probablemente estaremos más felices que esos que se dan golpes en el pecho, porque la alegría será doble.