Con un tono de ferviente nacionalismo y orgullo científico, el presidente de la República Islámica del Irán anunciaba este pasado martes que su país ha entrado en el selecto club de países nucleares. Mahmud Ahmadineyad no ha tenido reparos en hacer público que en la planta de Natanz se ha conseguido enriquecer el uranio en los niveles -aunque no en las cantidades- necesarios para obtener en su día combustible para las centrales atómicas-. Horas después, la dirección de la Agencia nuclear iraní confirmaba sus intenciones de comenzar la instalación de las más de 50.000 centrifugadoras que necesita para el enriquecimiento de esa sustancia a escala industrial. Que un país con el régimen político que impera en Irán anuncie que acaba de cruzar el umbral del salón nuclear es una pésima noticia sólo superada por la falta de información contrastable que de la situación se tiene. Cuando se habla abiertamente de sanciones y hasta de operaciones militares quirúrgicas contra las instalaciones nucleares iraníes, cualquier dato sobre lo que realmente se cuece en el seno de los Guardianes de la Revolución y que permitiese desvelar si el mensaje del ultraconservador presidente iraní es un simple movimiento estratégico dentro de su gran pulso con la comunidad internacional o el inicio de la cuenta atrás para que Irán se dote del arma nuclear en menos de dos años, sencillamente, no tendría precio. En este escenario tan complejo, el director general de la Agencia de Energía Atómica, Mohamed al Baradei, que llega hoy a Irán para, precisamente, intentar recabar información que añadir al documento que debe presentar al Consejo de Seguridad de la ONU, se va a enfrentar a una delicadísima tarea que recuerda ya a muchos al papel jugado en su momento en el vecino Irak por su homólogo Hanx Blix, por entonces jefe de inspectores de las Naciones Unidas.
Irán es consciente de que hay países que aceptarían como irreversible su nueva condición de país capaz de enriquecer uranio a cambio de que se les ofrezcan garantías -que ya incumplió en el pasado- de no hacerlo en cantidades industriales; incluso hay quienes consideran que es preferible convivir con un Irán nuclear antes que afrontar una intervención militar que podría incendiar todo el Oriente Próximo. En lo que todos coinciden -incluso aliados- es en señalar que el Gobierno de los ayatolás ha dado un paso equivocado.