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Lunes, 10 de abril de 2006
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LECHE PICÓN
Cleptocracia
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Después del sainete marbellí, en el que media España y buena parte de la otra se lo ha pasado pipa viendo cómo la Alcaldesa Marisol Yagüe, recién operada del michelín derecho, y la lechuguina de la García Marcos, otrora fustigadora del «gilismo» y hoy convertida en no más que una salteadora de tres al cuarto, daban con sus carnes morenas en Alhaurín de la Torre, queda para la posteridad la definición de una nueva forma de gobierno: la Cleptocracia. Es decir, el gobierno de los ladrones, de los mangantes, de los rateros. De los bandidos, en suma.

No quiero, empero, hablar hoy del «caso Marbella», esperpento que ya ha hecho correr ríos de tinta y que ya ha dado lugar a análisis y exégesis sobre los que sólo podría abundar. Lo que quiero poner de manifiesto es la sensación que me corroe de que todos hemos asistido al entremés con ánimos de chunga, con sonrisa de pitorreo y con una chanza digna de mejores carnavales. Pero, y esto es lo que realmente me preocupa, sin un ápice de sorpresa, sin una pizca de asombro y sin ni tanto así de consternación ni nada que se le parezca.

Si la cleptocracia de Marbella hubiese sido descubierta en cualquier otro país civilizado, hasta los niños de pecho se hubiesen llevado las manos a la cabeza y el pipo se les habría puesto como una sandía de puro sonrojo. Aquí, sin embargo, no. Aquí nos hemos limitado a chuflearnos, a montar la chirigota y a disfrutar de la desgracia ajena. Pero no a sorprendernos. Y ello por la sencilla razón de que todos sabíamos lo que estaba pasando, todos éramos conscientes de esa cleptocracia que domina no sólo la Costa del Sol, sino otros muchos Ayuntamientos y restantes Administraciones de nuestra piel de toro.

Desde aquellos oscuros tiempos de los «roldanes», los «juanguerra» y restante compaña, o desde aquella desgraciada frase que, al parecer, pronunció Zaplana de que en la política se está para forrarse, o desde la denuncia -que se pudre en los armarios del olvido- de las comisiones de los nacionalistas catalanes, tengo la impresión de que la mayor parte de los españolitos de a pie acepta como algo normal la existencia de los cleptócratas. Y, así, nadie se espanta cuando oye comentarios sobre las mordidas de tal o cual concejal de Urbanismo, o las dentelladas que al presupuesto público propina tal o cual Alcalde, o sobre la existencia de conseguidores que, a cambio de un buen montón de «bin-laden», te aseguran la recalificación de la parcelita o el sobreseimiento por las buenas del expediente sancionador.

Si algo bueno ha de tener la tragicomedia de Marbella, ha de ser el acabar con la impunidad de los corruptos. De los que ensucian la imagen del político honrado y honesto, que haberlos, haylos.

Y muchos, a fe mía. Es bueno que, a partir de ahora, todos esos zampabollos de cuello blanco tengan dificultades en conciliar el sueño pensando que detrás de cualquier esquina pueden darse de bruces con un guardia civil con grabadora y tricornio y dar con sus huesos de cleptócrata, como la Yagüe y la García Marcos, en Alhaurín de la Torre. O en Carabanchel o Puerto Dos, que tanto me da. Lo que hace falta es que, a partir de ahora, no puedan dormir tranquilos, los muy sancochos.



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