Contó que hubo un tiempo en el que los científicos más ilustrados capitaneaban barcos, en el que las estrellas ha-cían las veces de GPS y no los satélites, como ahora. Que hombres sabios, capaces de descifrar los jeroglíficos del firmamento con una tecnología somera, protagonizaban las más arriesgadas ex-pediciones con el único fin de saber más, de descubrir. Eran tiempos de tablas astronómicas y almanaques, de astrolabios y brújulas, de naufragios y conquistas, donde las mejores mentes y las mayores in-versiones se sacrificaban bajo una máxima: quien alcanzara el arte de navegar dominaría el mundo.