evila@lavozdejerez.com Salgo a la calle, a dar un paseíto antes de trabajar, me tropiezo con los palcos de Semana Santa prácticamente montados -y con los atascos que provocan- y me percato del inexorable paso del tiempo. ¿Si parece que fue ayer cuando estas mismas calles estaban invadidas de moteros! La fisonomía de esta ciudad cambia de un día para otro a golpe de acontecimiento festivo, porque aquí hay que vivirlos todos, pero contemplar cómo pasan unos detrás de otro resulta extenuante.

El año comienza con las calles iluminadas, villancicos a todo volumen destrozando tímpanos en la calle Larga y portales de Belén a tamaño natural por todas partes. La Navidad se disfruta al máximo, y casi sin recuperarnos pasamos al Festival de Jerez y al Carnaval, que por suerte sirve en la ciudad para tomar aliento... si no hacen como yo, que me escapé -lo confieso- un par de noches a Cádiz para escuchar chirigotas.

Sin tomar aliento nos metemos en la Motorada, que, digan lo que digan, se vive como otra fiesta más del calendario y te acaba contagiando de euforia colectiva. Al día siguiente, desmontamos las jaulas y colocamos los palcos de Semana Santa. Pero es que al mismo tiempo se están montando las casetas en el González Hontoria y, sin darnos cuenta, «en la Feria del Caballo llega mayo como flor de primavera». Después el verano y a la playa, Jerez se va de vacaciones a El Puerto. Lo bueno dura a poco, así que de repente empiezan las Fiestas de Otoño, los belenistas ultiman sus obras y somos un año más viejos. Y vuelta a empezar. ¿No es estresante?