En el campo estamos curtidos para sufrir las consecuencias de diversos agentes atmosféricos y, también, sabemos aguantar, como en el las películas creadas por la industria cinematográfica, diez años continuados de agitados e innecesarios enfrentamientos y divisiones. En el campo somos capaces de levantarnos aunque no queden ni los restos de las cortinas con los que hacer el traje de Escarlata O'Hara. Porque, al igual que en Tara en Lo que el viento se llevó, siempre hay personas llenas de ilusión, coraje y voluntad para tomar un puñado de nuestra tierra albariza, apretarla en sus manos, y con rabia gritar: «A Dios pongo por testigo que nunca volveré a pasar hambre».
Estos días las viñas del marco del jerez, fruto del trabajo de generaciones de viticultores, vuelven a brotar llenas de esperanza e ilusión y al unísono entonan al ritmo de nuestro paisano José Mercé su famoso Aire, aire. Porque a las viñas, igual que a las personas, les es necesario el viento de poniente que les traiga la brisa del mar, ese que le riega con su rocío y rejuvenece a sus viejas y cansadas cepas. Luego, más adelante, cuando el fruto va madurando y su selecta y delicada finura exige los mayores cuidados y protegerlos de enfermedades de nuevo piden «aire, aire» pero en esta ocasión lo quieren seco y cálido como se lo trae nuestro levante moderado.
Es decir, alternando vientos del este y del oeste, de la derecha y de la izquierda, pero siempre moderados. En las viñas, como en las personas, la calidad está en su interior y no les interesa que se les identifique con vacíos aires de grandeza, pero mucho menos que a su rústica pero esmerada cultura se le confunda con aires demagógicos de alborotadas y encendidas voces que contaminan el entorno y degradan el ambiente.
Sólo en el equilibrio, la moderación, la responsabilidad y la cooperación empresarial reside el secreto de los vientos que demandan nuestras viñas. Someterlos a extremismos, división, improvisación, coacción y arbitrariedad, de la que lamentablemente tanto se practica en otros foros, es arriesgarnos a que nuestras viñas también terminen yéndose a tomar viento fresco. Que nadie se engañe, a la viña le siguen muy de cerca las bodegas, deberíamos conjurarnos para sacar la política del Consejo, después puede ser tarde.