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Miércoles, 5 de abril de 2006
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Opinion
El Santo Diamantino
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Se cumplen estos días seis años de la muerte del cura Diamantino. Persona que como bien dice mi afectivo Antonio Reyes: «Santos son aquellos que con su comportamientos bondadosos y entrega a los demás son capaces con su trabajo y compromiso social de transformar la realidad y convertir sus vida en paradigma para sus semejantes».

Fue Diamantino modelo de coherencia evangélica y ejemplo a seguir, llevó a la práctica la palabra de Cristo cuando éste dijo: «Anda, vende todo lo que tienes, daselo a los pobres y sigueme». La ausencia de este irrepetible que, paso a paso a lo largo de su azaroso peregrinaje, ha dejado huellas que se clavan en los corazones con inefable carácter de perdurabilidad.

La muerte de Diamantino llegó a calar hondo en el corazón de los marginados. No de los que son generalmente considerados como tales por el hecho de carecer de alguna de las necesidades superfluas... No, Diamantino se ganó el corazón de aquellos a los que la sociedad situó en la más extrema marginación. Él que fue sacerdote pospuso transitoriamente un sacerdocio de «misa y olla» que no encajaba con su manera de interpretar la vida, colgó su sotana, y con chandal y pantalón vaquero se dio a la búsqueda de esos detritos que la sociedad arroja a las alcantarillas del desprecio y de la indiferencia. Allí, como Cristo, encontró al preso, al perseguido, a los enfermos y a todos los parias que el mundo desdeña y olvida.

Él trabajó junto a los jornaleros en las penosas faenas agrícolas, ocupó fincas de labor cuyos propietarios las tenían relegadas a la no productividad, sufrió persecuciones y encarcelamientos y se hizo incómodo para la oligarquía y el sistema.

El mundo de la faustosidad y la riqueza no lo quería; se dio por completo a vivir la vida de los que carecen de pan y tienen sed de justicia, y con ellos compartió ilusiones y miserias... Y puesto a compartir, llegó a asumir no sólo sus problemas, sino también una cruel enfermedad que jamás perdona.

Murió siendo muy joven con recursos vitales para haber proseguido en la brecha luchando por la dignificación de los desposeídos sociales. Pero la desventura pudo mucho más.

Es lo que ocurre. Es lo que lamentablemente sucede con toda aquella persona que brilla con luz propia por su obra o bien por su lucha. Diamantino ya está en la orrilla opuesta y a su despedida no acudieron ni autoridades eclesiásticas ni mandatarios municipales. Sólo había niños, niños que le lloraban y mujeres de campo que habían compartido con él enormes jornadas de trabajo.

Francisco Flores. Jerez



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