Elecciones EE.UU.
El pueblo en que la guerra de Trump no ha acabado
Los habitantes de Nogales, en la frontera de Arizona con México, le atribuyen al presidente una vida con miedo y un hundimiento económico
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Todos en Nogales recuerdan el día, hace dos años, en que el ejército comenzó a instalar la concertina en la frontera. Sin aviso, los soldados enviados por Donald Trump cubrieron el muro de un alambre con cuchillas. Este cruce entre México y Estados Unidos , que en un año normal utilizan más de diez millones de personas, parecía, de repente, una zona de guerra. Francis Glad recuerda que, sobre todo, sintió tristeza. «Fue triste, muy triste», dice hoy. «Y también sentimos miedo».
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Glad, de 43 años, nació aquí en Nogales. Le ha dedicado su vida entera a este pueblo. Siempre, desde que tiene memoria, ha visto la frontera separada por un muro . De hecho, aquí se construyó en 1919 la primera valla en la historia de la frontera tras una refriega entre los ejércitos de ambos países. Pero para Glad, como para los 20.000 habitantes de la parte norteamericana, la frontera antes era solo un cruce; un trámite que se pasaba rápido; una fuente de riqueza y de comercio.
«Como se puede ver, esta es una comunidad muy pacífica», explica hoy Glad. «Pero el presidente se empeña en decirle al mundo que aquí vivimos en un estado de guerra».
En pocos lugares de este país pesan tanto las palabras del presidente, cuando habla de invasiones de hordas de delincuentes y violadores mexicanos, como aquí en Nogales, ciudad hermana y dividida por el muro de Nogales, México, que tiene más de 220.000 habitantes. En Washington pueden ser discursos huecos, guiños exagerados a los votantes, pero aquí esas palabras se sienten a diario como una condena.
«El presidente se empeña en decirle al mundo que aquí vivimos en una zona de guerra», señala Francis Glad
Un ejemplo claro es el motivo que dio Trump para la instalación de la concertina en el muro que recorre el centro de la ciudad, claramente visible desde tiendas y cafeterías. «El presidente lo mandó instalar por aquel famoso convoy que se acercaba desde México, y nunca llegó. ¿Dónde está el convoy? Nunca llegó, nunca lo vimos», dice Glad.
En 2018, el avance desde Centroamérica de una caravana que llegó a tener más de 7.000 personas , según Naciones Unidas, llevó al presidente a movilizar al ejército, declarar el estado de emergencia, desviar fondos para reforzar el muro, y cubrirlo de más concertina. Esa caravana, es cierto, nunca llegó. Pero la angustia aquí en Nogales sí se sintió, sobre todo cuando el presidente autorizó a los soldados a disparar desde este lado. Trump llevaba describiendo estas partes del país como una zona de guerra, y parecía que la niebla de esa guerra por fin descendía sobre Nogales.
Esa guerra, claro, no llegó, pero Glad y sus vecinos no olvidan la angustia de aquellos días, y de muchos otros. Por eso, esta hija de Nogales, que ahora mismo está desempleada, dedicada prácticamente todas sus horas a hacer campaña por los demócratas. Ha registrado a unos 200 votantes. Reparte folletos. Atiende dudas por teléfono. Su objetivo no es tanto que aquí pierda Trump —ya lo hizo en 2016— sino que voten más personas.
Es extraño, pero a pesar de que la frontera fue el gran tema central de la campaña del presidente en 2016, aquí hubo más de un 35% del censo que no votó. Glad cree que la razón es que muchos de los habitantes de esta parte de Nogales, de ancestros y cultura mexicana, le prestan más atención a la política de la otra parte del muro, y veían a Washington como un lugar lejano, con poca influencia real sobre lo que pasa aquí, a pie de calle.
«Pero sí que hay un efecto, vaya si lo hay. Antes de la pandemia, ya había menos cruces, menos gente de México cruzaba aquí a comprar, a comer», dice Glad. «Ya había una depresión antes de que llegara el coronavirus».
Si antes había una depresión, lo que hay ahora es una hecatombe. Un paseo, el sábado, por la avenida Nelson, que desemboca directamente en el cruce peatonal de la frontera, daba fe de ello. La inmensa mayoría de comercios han cerrado. Muchos ya no tienen ni género dentro, prueba de que el cierre es permanente. En algunas tiendas de ropa, ahora se vende papel higiénico y mascarillas, cualquier cosa para sobrevivir.
«No nos esperábamos algo así porque es un lugar muy pacífico», afirma Evan Cory sobre el día en que se encontró la concertina en el muro
En La Cinderella, uno de esos bazares que sigue abierto contra viento y marea, el dueño, Evan Cory, de 36 años, lamenta que el gobierno no tenga un plan para ayudar a los negocios de la frontera, que son de los más afectados del país por el cierre. Pero no es sólo la pandemia. Cory recuerda también el día en que vino a abrir su comercio y se encontró la concertina en el muro, al final de la calle. «No nos esperábamos algo así porque es un lugar donde se camina tranquilamente y siempre fue muy pacífico. No lo esperábamos. Fue muy, muy agresivo para la comunidad», dice.
La familia de Cory regenta el comercio desde 1947. Conoce muy bien a sus clientes, que son sobre todo mexicanos. Hoy dice que desde que llegó Trump a la Casa Blanca, los que han seguido cruzando para comprar lo hacen con temor. «Se nota muchísimo una diferencia de actitud en la frontera. La experiencia de cuando cruzas es muy, muy diferente. Antes te daban la bienvenida, ahora es más preguntas, más sospechas, mucha gente tiene miedo a cruzar».
Por eso se movilizan personas como Glad, para conseguir un cambio aquí en EE.UU. que beneficie también a la parte mexicana. Cualquier paso, por pequeño que sea, es importante. Esta semana, por ejemplo, Glad ayudó a una mujer mayor que hace cuatro años votó a Trump, y este año lo ha hecho por Biden, por adelantado. «Tal vez todavía haya esperanza», dice.