Suecia, infierno y paraíso
En los años setenta apareció un librito empeñado en descubrirnos la tenebrosa realidad que se escondía tras la imagen de bienestar social y de progreso que proyectaba
Una vez comprobado que la teoría de la inmunidad de la manada no ha dado los resultados esperados y que la cifra de fallecidos víctimas del Covid-19 se ha disparado, más de 3.800 fallecidos en una población de 10,2 millones de habitantes, la pregunta es ¿qué es lo que realmente ha fallado en la estrategia aplicada por Suecia para contener la expansión del nuevo virus?
En los años setenta apareció un librito que, bajo el título «Suecia, infierno y paraíso», pretendía introducirnos en las contradicciones de aquel admirado y ejemplar país escandinavo llamado Suecia. Se trataba de un curioso volumen empeñado en descubrirnos la tenebrosa realidad que se escondía tras la imagen de bienestar social y de progreso que proyectaba Suecia. En este empeño su autor, el italiano afincado en Noruega, Enrico Altavilla, recurría al alto índice de alcoholismo o al número de suicidios que se producían en Suecia para desvelarnos los misterios de una sociedad al parecer no tan perfecta.
Ahora, conocidos los primeros resultados adversos de la singular estrategia con la que Suecia se ha enfrentado a la expansión del coronavirus, se ha producido una reacción similar para demostrar que tampoco en el norte de Europa todo es perfecto.
¿Pero qué ha hecho mal Suecia? No se trata de que haya negado la peligrosidad del virus –nada que ver con el escapismo de Jair Bolsonaro o las ocurrencias de Donald Trump–, todo lo contrario. Lo que ha sucedido es que puestos a elegir una solución local para enfrentar un problema global, como por otra parte ha hecho todo el mundo, Suecia ha optado por la estrategia de no confinar a su población .
Partiendo del alto grado de responsabilidad de la sociedad y respetando escrupulosamente la independencia de la máxima autoridad de la sanidad pública, Folkhälsomyndigheten, y la de su epidemiólogo responsable, Anders Tegnell, firme defensor de la teoría de la inmunidad de la manada, Suecia recomendó quedarse en casa al menor síntoma, el teletrabajo, lavarse las manos con frecuencia y a los mayores de setenta años, recluirse. Eso fue todo.
Colegios y negocios abiertos
En Suecia han funcionado los colegios con normalidad y solo han cerrado los centros universitarios y los de bachiller superior. Han permanecido tiendas , restaurantes , bares , peluquerías , gimnasios o comercios abiertos. También los cines de pequeño aforo, aunque no así los teatros. Las reuniones de más de cincuenta personas están prohibidas, aunque se puede practicar deporte y por supuesto también la actividad al aire libre. Suecia tampoco cerró sus fronteras , como hicieron sus vecinos escandinavos.
Con la confianza depositada en el principio de que la transparencia de los procesos democráticos legitima toda decisión acordada, los líderes políticos de todos los partidos, extrema derecha (Sveriges Demokraterna) incluida, se presentaron juntos ante las cámaras para informar de las medidas acordadas para paliar la crisis sanitaria, económica y social que se avecinaba. La larga tradición democrática sueca y la costumbre para llegar a acuerdos, unido al altísimo grado de confianza que procesan los suecos por sus instituciones hace prácticamente imposible entender aquí el bocado a la yugular del adversario político en tiempos de pandemia y no digamos promover una cacerolada de protesta por decisiones adoptadas democráticamente; aunque cosas más raras se han visto.
En cualquier caso, el protagonismo de la gestión de la crisis recayó sobre la ministra de Economía, la socialdemócrata y figura emergente, Magdalena Andersson , sobre la ministra de Sanidad y Asuntos Sociales, Lena Hallengren , y sobre el epidemiólogo Anders Tegnell , convertido ya en el nuevo icono pop de la crisis. El primer ministro, Steffan Lofven , se reservó una brevísima e intensa intervención televisiva en horario nocturno de máxima audiencia para advertirnos de la complejidad de la situación. A pesar de los datos adversos y de las críticas cada vez más frecuentes, las encuestas le siguen proporcionando una valoración muy alta en lo que respecta a la gestión de la crisis. Su partido, el socialista (Socialdemoktraterna), subiendo también en las encuestas con él.
Más allá de la laxitud de las medidas aplicadas en Suecia, a mi entender han fallado tres cosas. La primera ha sido la integración o, mejor dicho, los problemas de integración de la población inmigrante. Suecia, su sociedad, segrega con frecuencia a sus inmigrantes en barrios donde apenas se habla sueco y donde suelen vivir bajo un mismo techo tres generaciones de una misma familia. Nada que ver con los oriundos suecos que, en un altísimo porcentaje, casi dos millones de personas, viven solos y no tienen la sana costumbre de reunirse con la familia a la menor oportunidad. En estos barrios de inmigrantes no se facilitó la información suficiente en los idiomas originarios de sus moradores, ni se tuvo la precaución de evitar las aglomeraciones.
Mayores mal protegidos
Como en casi todos los sitios, en Suecia ha fallado también la protección de los mayores. En manos de fondos de alto riesgo, las residencias de ancianos, como ha sucedido en todo Occidente, se han convertido en un negocio muy lucrativo con un personal contratado no cualificado ni pertrechado para enfrentar una situación tan dramática. Las autoridades tampoco han sido capaces aquí de evitar lo que era un desastre anunciado.
Y, en tercer lugar, aunque en menor medida, ha fallado la meteorología . Un invierno menos riguroso en el norte ha cambiado las costumbres de los suecos, que salen más a la calle y que se han abalanzado antes de hora a los parques y a las terrazas para disfrutar de la llegada de la primavera, olvidándose de los rigores del invierno y también de las medidas de distancia social recomendadas por las autoridades con tanta amabilidad. Con todo y con ello, aunque en los últimos días ha cedido la curva de infectados y de fallecidos, son cada vez más las voces autorizadas locales críticas con la gestión de la pandemia.
Todavía es pronto para sacar conclusiones. La nueva normalidad, tan deseada en los países que ahora salen de la cuarentena, es realmente lo más parecido a lo que tenemos en Suecia. Habrá que esperar a ver como evolucionan las diferentes medidas adoptadas y ante una previsible segunda oleada de infecciones, que esperemos que no sea tan devastadora, valorar cuál ha sido la mejor estrategia para enfrentar los efectos sanitarios, económicos y sociales de la pandemia. Porque, por lo que parece, todavía queda mucho partido por jugar.
Gaspar Cano es editor y periodista. Dirigió los Institutos Cervantes de Estocolmo y Berlín. Actualmente vive en Estocolmo
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