Sánchez y Merkel, dos maneras antagónicas de hablar a sus países: épica sentimental frente a efectividad

En el discurso de Merkel no se inmiscuye la épica. Sus palabras, siempre serenas y tranquilizadoras, van orientadas, más bien, a explicar las medidas que va tomando su gobierno, sin tecnicismos, picos, ni curvas

Sánchez se adueña de la frase más célebre de Kennedy sin citarle ABC

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La percepción social de la crisis sanitaria y sus repercusiones en la economía dependen en gran medida de cómo la comunican los responsables políticos. Y en los dos extremos del abanico de posibilidades y estilos, se encuentran los ejemplos de Sánchez y Merkel. Si para escuchar un titular de boca del presidente español hay que armarse de paciencia, Merkel va al grano. En solo tres minutos ha informado esta tarde sobre la situación en Alemania y en Europa, además de notificar las nuevas medidas tomadas por el gobierno: cuarentenas obligatorias para quien entre en el territorio y garantía estatal al 100% del crédito que pidan las pymes. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Para después dejarse interrogar durante más de media hora por los periodistas. Por su parte Sánchez ofrece unas alocuciones televisivas irrumpiendo en los informativos, con aires de jefe de Estado y que suelen durar casi una hora. El presidente español adopta un tono de épica sentimental, pretendiendo imitar incluso a Churchill y Kennedy , pero no es concreto ante las preguntas, que hasta que los periodistas españoles se levantaron en una protesta iniciada en ABC eran filtradas por los equipos gubernamentales.

A diferencia de otros gobernantes, Merkel conoce en primera persona lo sacrificado que es el confinamiento porque, cuando se le comunicó que un médico con el que había tenido contacto había dado positivo, cumplió con la cuarentena domiciliaria preventiva de catorce días, para dar ejemplo. Durante dos semanas ha gobernado desde casa, demostrando que sí se puede, generando confianza en un sistema que funciona más allá de los personalismos o los cargos y experimentando la misma impaciencia y desesperación que millones de ciudadanos. «Sí que me ha costado», ha reconocido a su vuelta a la tarima pública la habitualmente hiperactiva canciller alemana, estableciendo sin dramatismos una línea de empatía con la audiencia. «Ahora me alegro de poder volver a responder a sus preguntas», ha resuelto sin teatralizar.

En el discurso de Merkel no se inmiscuye la épica . Sus palabras, siempre serenas y tranquilizadoras, van orientadas, más bien, a explicar las medidas que va tomando su gobierno, sin tecnicismos, picos, ni curvas. Para que hasta el último ciudadano alemán comprenda por qué no se obliga a llevar mascarilla por la calle, como sí exige el gobierno de Austria. «No todas las mascarillas protegen igual y por ahora está funcionando mantener dos metros de distancia entre nosotros. Si se lleva mascarilla, podría relajarse esa distancia y ese sería un error fatal», enseña cual maestra de escuela, en un alemán tan llano como es posible y sin tomar prestadas frases históricas célebres.

Merkel no se refiere al orgullo nacional, no arenga, sino que zanja la cuestión con un escueto «agradecimiento» a la población confinada, al tiempo que, humilde, reconoce errores. «Una de las cosas que hemos aprendido es que debemos conservar la soberanía de los materiales de producción. No debemos depender de China para el abastecimiento de ciertos productos y estamos haciendo grandes pedidos a nuestras propias empresas», señala, resumiendo todo un giro de política comercial en una frase al alcance de todos y que estratégicamente incluye el concepto de soberanía, que ayuda a receptor a entender que Alemania vuelve a tener la sartén por el mango.

Podría pensarse que este tipo de discurso va con su carácter, que Merkel tiene la expresividad de una ameba, pero se trata más bien de una cuestión de eficiencia . Se centra más en resolver las posibles dudas que en las emociones. La Cancillería de Berlín ofrece a la prensa acreditada ante el gobierno alemán, mediante un código, seguir las ruedas de prensa en streaming y formular preguntas a distancia, pero también permite que los periodistas que lo deseen acudan personalmente. Esta permisividad, aparentemente, no tiene efectos negativos en el desarrollo de la pandemia, pero sí efectos muy positivos sobre la salud de la democracia alemana y la estabilidad de su economía. No en vano, las decenas de miles de millones que están saliendo a espuertas de la renta variable, se están refugiando en masa en el bono alemán, que baja este lunes un 18% en su rentabilidad, ya de por sí es negativa, mientras la prima de riesgo española, con un discurso bastante más épico, sigue en los 114 puntos básicos, inmune al descenso de infectados. Un inversor que compre hoy un ‘bund’ tendrá que pagar, en lugar de recibir intereses, un 0,8% dentro de diez años.

Y si en algo se esfuerza Merkel es en insistir en que «por supuesto volveremos a disfrutar de todas las libertades de las que nos sentimos orgullosos». Allí donde otros jefes de gobierno inoculan en la población la incertidumbre sobre una crisis tras la cual «no volveremos a ser los mismos», la canciller alemana opta por la estabilidad y garantiza que «volveremos a ser la sociedad que éramos, no cabe duda», con una sonrisa de condescendencia, como si siquiera imaginar cualquier otra cosa formase parte de una irrealidad sin sentido.

A Merkel se le pueden reprochar, sin embargo, sus omisiones. No se refiere a los 95.400 casos confirmados de contagios ni a los 1.434 fallecidos, cifras que actualiza el Instituto Roland Koch. Ni menciona las situaciones críticas que sí se están dando en residencias de ancianos alemanes. Lo primero se lo deja a los técnicos y lo segundo a los fiscales, que se presentan allí donde se dan más de diez muertes para investigar posibles negligencias. Tampoco se refiere siquiera a los eurobonos, omisión esta preñada de prepotencia, puesto que varios jefes de gobierno europeos están clamando a favor de la mutualización de la deuda europea. Aunque esté en desacuerdo, una mínima corrección exigiría una respuesta. Pero eso se lo deja a sus ministros. Scholz y Maas, de Finanzas y Exteriores, han firmado hoy un artículo en varios periódicos europeos rechazando tajantemente esa concesión. Merkel, sin embargo, no se embarra. Se limita a mencionar las posibilidades de solidaridad europea que sí está dispuesta a tolerar: MEDE, declaraciones de Catástrofe Natural, y fondos de la Comisión Europea para financiar reducciones de jornada. «A Alemania le irá bien solo si a Europa le va bien», desempolva frases de crisis pasadas en una situación inédita. « Necesitamos más Europa , una Europa más fuerte y que funcione mejor», dice, ante lo que reconoce como un «shock simétrico», pero llevando el ascua demasiado a su sardina y olvidando que una posición de dominio tendrá efectos contraproducentes.

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