Ramón Pérez-Maura

En EE.UU. como en España

Para esta izquierda, la única democracia que vale es la democracia en la que gobiernan ellos

Concluida la presentación del caso contra Donald Trump, es difícil encontrar una acusación peor fundada y que demuestre con mayor certeza la politización de la Justicia que la izquierda intenta hacer en Estados Unidos igual que lo procura en España.

La acusación presentada en el Senado por los demócratas de la Cámara de Representantes sostiene que lo que hizo Trump justifica su destitución porque sus actos, aunque no fueran casos de corrupción ni fueran ilegales, los ejecutó desde la Presidencia para beneficiar su reelección este año. Grande.

¿Conoce usted algún presidente en el mundo enfrentado a un proceso de reelección que no haya tomado decisiones políticas que puedan favorecer el que vuelva a ser reelegido?

O sea, que Donald Trump debe ser destituido porque buscó un quid pro quo con Ucrania para que investigase casos de corrupción de la familia Biden a cambio de darles ayuda militar contra Rusia.

Y ¿se acuerdan de aquel micrófono abierto que pilló a Barack Obama en Seúl en marzo de 2012 diciendo al entonces presidente ruso Dimitri Medvedev que le dijera a su jefe, Vladimir Putin, que «en todos estos asuntos, pero especialmente en defensa anti misiles, podemos llegar a un acuerdo, pero es importante que me dé un poco de espacio (…) Ésta es mi última reelección. Después de ser elegido tendré más flexibilidad». Así que Obama estaba pactando que Putin no le dificultara su reelección contra Mitt Romney a cambio de decisiones que afectaban a la seguridad nacional de los Estados Unidos. Pero ningún demócrata creyó que aquello ameritara un impeachment, claro. Y, por cierto, ni siquiera el candidato republicano Romney lo pensó tampoco. Creyó que los norteamericanos debían juzgar a Obama en las urnas. Que es lo que los demócratas quieren evitar ahora porque temen que vuelva a ganar.

Parece evidente que el que un presidente haga cosas legales para favorecer su reelección no puede ser causa de un proceso de destitución, porque todos los presidentes pasados de los Estados Unidos lo hicieron y nadie se le ocurrió promover un impeachment.

Tenemos también al líder de la minoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, denunciando el bloqueo del proceso por los republicanos del Senado al impedir la comparecencia de los colaboradores de Trump ante el comité de investigación. Hace falta ser hipócritas.

En 2014 Barack Obama negó al Congreso el testimonio de sus colaboradores en un caso de tráfico de armas aduciendo que «los asesores más próximos al presidente tienen inmunidad absoluta frente a la demanda de que declaren ante procesos en el Congreso». Le faltó aclarar que se refería a los asesores del presidente Obama. Los de los demás presidentes no tienen ninguna inmunidad, según los demócratas.

Vivimos un momento de mucha gravedad para la democracia en Occidente: en Europa y en el hemisferio americano. La izquierda norteamericana describe a Trump como una amenaza a «nuestra democracia» como la mayoría de la izquierda europea lo hace con sus rivales ideológicos.

Como ha explicado muy bien Daniel Henninger («A Most Progressive Trump Impeachment» WSJ. 23-01-2020) «para la izquierda, la frase “nuestra democracia” es sinónimo de su noción mística de algo llamado la “voluntad del pueblo”. En este modelo político, que es popular en América del Sur, cuando algo –un rival o una idea– interfiere el camino de la voluntad del pueblo, la solución es suprimirlo, sustituirlo o prohibirlo. Competir con él o ello es considerado una pérdida de tiempo».

La izquierda está demostrando una voluntad muy antidemocrática en muchas partes del mundo. En Estados Unidos, la senadora Elizabeth Warren, candidata demócrata, ya ha dicho que si gana iniciará una investigación abierta contra su predecesor y todos los norteamericanos que han trabajado para él. Porque para esta izquierda, la única democracia que vale es la democracia en la que gobiernan ellos. En Estados Unidos como en España.

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