El presidente Trump usó al Ejército para salir de la Casa Blanca
Desde la invasión británica de 1814 no se veía en las calles de Washington semejante despliegue de uniformados
Faltaban 25 minutos para que cayera el toque de queda de las 19.00 del lunes en Washington, cuando la explosión de una granada aturdidora paralizó la protesta que tenía lugar a las puertas de la Casa Blanca. Luego otra, y otra más. En aquel momento, los militares comenzaron a cargar, seguidos por los caballos de la policía montada, todos tras una pantalla de humo. Cientos de manifestantes que hasta entonces se habían concentrado sin mayores incidentes, quedaron encajonados. Más agentes municipales y federales habían creado otro cordón de seguridad detrás suyo, y les cerraban el paso. Entonces llegaron las bombas lacrimógenas y las balas de goma. Ante los agentes, que agitaban sus porras, un manifestante de raza negra con la cara cubierta gritaba: «Aún no ha comenzado el toque de queda, ¿qué hacéis?».
Ninguno de los manifestantes lo sabía en aquel momento, porque la Casa Blanca no lo anunció, pero lo que hacían los soldados de la Guardia Nacional y una imponente masa de agentes del Servicio Secreto, la Guardia Forestal, el FBI y hasta la Agencia Antidroga era despejar las calles aledañas a la Casa Blanca para que Donald Trump se acercara a una iglesia cuyos bajos habían sido quemados el día anterior.
Fue un despliegue militar que no se ha visto en la capital de Estados Unidos desde que la invadieran y quemaran los británicos en 1814. Fuera de ese perímetro, varias filas de manifestantes hincaron la rodilla y gritaron «no disparéis». Otros intentaban respirar entre las lágrimas, los estornudos y las toses que provoca el gas lacrimógeno, olvidada a la fuerza la pandemia de coronavirus que hasta hace una semana había dejado estas mismas calles completamente vacías. Un hombre blanco de mediana edad se desmayó a apenas dos calles de la residencia del presidente, y un grupo de jóvenes le derramaba agua fría sobre la cara para reanimarlo. Una ambulancia tuvo que cruzar el cordón de seguridad.
Mientras, al filo de las 19.00, la verja delantera de la Casa Blanca se abrió y Trump salió a la plaza de Lafayette con un nutrido séquito. Él iba delante, paso firme, gesto grave, sin mascarilla, pelo intacto. Detrás, varios ministros, incluido el de Defensa, y el general de mayor rango en la nación , el Jefe del Estado Mayor Conjunto, Mike Milley . Un poco más rezagada, su hija Ivanka, con unos largos tacones, un bolso gigantesco y una mascarilla tapándole boca y nariz.
Trump dejó a la izquierda unos baños públicos que han sido calcinados en las protestas y los saqueos de los pasados cinco días. Unos minutos atrás esos mismos baños habían sido un punto de reunión de los manifestantes, que vigilaban desde su techo el avance de los antidisturbios. En el desalojo, un hombre de unos 20 años se cayó desde ese mismo techo, y huyó cojeando, apoyándose en otros jóvenes que huían. Cuando Trump los dejó atrás aún estaban frescas con lemas como «Todos los policías son bastardos» o «Que se joda Donald Trump».
Ni leyó la Biblia ni rezó
Minutos después, ya con el toque de queda en vigor, el presidente se paró ante la iglesia de San Juan , un templo muy querido en Washington porque en él han rezado todos los presidentes desde James Madison a principios del siglo XIX y cuya sacristía, en un subterráneo, quedó calcinada la noche anterior. Trump inspeccionó la fachada –no el sótano– y pidió que le dieran una Biblia preparada. No la leyó ni rezó. La cogió con la mano derecha y la elevó a la altura de la cabeza. Una periodista le preguntó si era su Biblia. «Es una Biblia», respondió el presidente.
Después de una ronda de fotos, el presidente regresó a la Casa Blanca, seguido por el séquito. Tras ellos, se replegaron los antidisturbios, reduciendo de nuevo el perímetro de seguridad, aunque cargando de forma intermitente contra los manifestantes que desafiaban el toque de queda. Durante toda la noche, la Policía y el Ejército patrullaron las calles de la capital, que vivieron su cuarta noche de incendios y saqueos.
Después de esta extraña visita, la arzobispo episcopal responsable de la diócesis de Washington y por tanto de la misma iglesia de San Juan criticó muy duramente a Trump por «recurrir a la violencia para cruzar el parque», todo para tomarse una foto «y ni siquiera rezar». «Estoy escandalizada», dijo Mariann Edgar Budde.
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