Pedro Rodríguez - DE LEJOS

El peor aliado

Trump está haciendo cada vez más difícil tomarse en serio la política exterior de Estados Unidos

Pedro Rodríguez

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La percepción de que Estados Unidos ha dejado de ser un aliado fiable se empieza a convertir en una peligrosa realidad con la última canallada internacional de la Administración Trump. Al dar su visto bueno para que Turquía lance una ofensiva contra los kurdos en el noroeste de Siria, el presidente ha traspasado los límites de lo justificable –incluso para el afónico y desaparecido Partido Republicano– dentro de la cada vez más freeky política exterior americana.

En contra de sus militares y diplomáticos, la luz verde de Trump para que Erdogan establezca por la fuerza una esfera de influencia en la zona fronteriza del lado sirio implica en la práctica abandonar a su suerte a las milicias kurdas que han actuado como principales aliados de EE.UU. en la batalla contra ISIS. El final de la limitada presencia militar americana sobre el terreno, además de poner en duda la efectividad y viabilidad de la campaña contra los yihadistas, supone también una inexplicable concesión a favor de Irán y Rusia en el brutal conflicto sirio librado durante los últimos ocho años.

Ni dentro, ni fuera de Washington se ha entendido este repentino cambio de rumbo y la renuncia de EE.UU. a cumplir una necesaria misión de contrapoder. Como ha destacado Richard Haass, del Council on Foreign Relations, esta decisión es un fiasco «por razones morales y estratégicas», cuyas consecuencias incluyen «reforzar las crecientes dudas sobre la fiabilidad de EE.UU., poner en peligro a los kurdos que han sido un socio valioso, crear nuevos espacios para los terroristas y recompensar a Turquía, todo menos un aliado en la práctica».

Esta vez no le ha servido a Donald Trump ni la excusa de evitar «ridículas guerras sin fin». Para la posteridad, queda la Doctrina Trump en un tweet escrito con mayúsculas: «Solo lucharemos donde sea en nuestro beneficio y solo lucharemos para ganar». Y mientras tanto el poder relativo de EE.UU. se erosiona junto al equilibrio de un orden internacional cada vez más cuestionado, empezando por el propio presidente Trump.

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