Pedro Rodríguez - De lejos

Una obsesión muy, muy americana

¿Cómo define a Donald Trump su relación más bien casual con el Fisco de Estados Unidos?

Un hombre con una careta de Trump lee el diario «The New York Times» Reuters

Pedro Rodríguez

«No taxation without representation» (No tributación sin representación) fue el primigenio eslogan político utilizado a mediados del siglo XVIII para ilustrar el agravio impositivo sufrido por las 13 colonias inglesas en el Nuevo Mundo, dentro de una escalada de tensiones que eventualmente culminaría en una guerra revolucionaria y la independencia de Estados Unidos . Desde entonces, la fiscalidad es un tema recurrente en una nación con un extenso historial a la hora de enfrentar, y muchas veces anteponer, derechos individuales sobre derechos colectivos.

A Benjamin Franklin, el padre fundador más jaranero, se le atribuye aquello de que en este mundo no hay nada cierto, salvo la muerte y los impuestos. Este pesimismo fiscal , que tiene también mucho de nihilismo burocrático, se ha convertido desde entonces en una obsesión muy, muy americana. Aunque no hay que confundirse, cuando en Estados Unidos se polemiza sobre los impuestos en realidad se debate sobre el tamaño que debe temer lo público en las vidas de sus ciudadanos, tan proclives históricamente a arreglárselas por su cuenta.

Ante este trastorno antisocial típico de Estados Unidos, Donald Trump no ha defraudado. Sin obligación formal, desde 1976 se espera que los candidatos presidenciales publiquen sus declaraciones de impuestos, por lo menos del año anterior, como parte de los requisitos básicos de transparencia exigibles a todo aspirante a la Casa Blanca. Y una vez sentados en el despacho oval, la expectativa es que los presidentes sigan publicando anualmente sus cuentas con el Fisco.

Con la pobre excusa de que estaba siendo auditado por el temido I.R.S. (Internal Revenue Service), Trump se ha negado desde 2016 a sincerarse sobre el cumplimiento de sus obligaciones fiscales. Todo lo que se ha publicado hasta la fecha sobre sus cuestionables chanchullos financieros ha sido en contra su voluntad . De la última entrega publicada por el New York Times, quizá lo peor de todo sea la constatación de un evasivo problema que no solo concierte a Estados Unidos: los multimillonarios, en contraste con los asalariados sin escapatoria posible, pagan los impuestos que quieren y no los que deben.

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