Pedro Rodríguez - DE LEJOS
Desalianza Atlántica
La cumbre degeneró en un espectáculo de divisiones, reproches e insultos
Vivimos un escenario internacional con sobrada capacidad para deprimir incluso al más entusiasta globalista. Por un lado, China y Rusia se dedican a cultivar una creciente sintonía geopolítica trufada de multimillonarios intereses económicos, revisionismo compartido e incluso una mayor cooperación militar. Y a modo de contraste más bien vergonzoso, los presuntos aliados occidentales encuadrados en la OTAN se pierden en un pozo de diferencias irreconciliables. Por perder, los líderes políticos de la Alianza se han perdido hasta el respeto.
La cumbre de la OTAN en Londres, al hilo del 70 aniversario de la alianza político-militar forjada por el ejemplar Tratado de Washington de 1949, ha degenerado en un crispado espectáculo de divisiones, reproches y hasta insultos. La cita londinense, pensada en un principio para restar protagonismo al troleador-en-jefe Donald Trump, ha dejado en evidencia una vez más la mentalidad de reality-show que impera en la política exterior de EE.UU. Además de las graves contradicciones que lastran al vínculo trasatlántico como parte del asediado orden liberal internacional.
Cuando se especula sobre el futuro atlantista, el optimismo parece más bien incompatible con un ambicioso presidente de Francia que habla de «muerte cerebral» de la OTAN, una canciller de Alemania con evidente fecha de caducidad, un populista secesionista como primer ministro de Gran Bretaña y un presidente americano que reniega en público de la garantía de seguridad colectiva que representa el Artículo 5. Y que ni se molesta en disimular su convicción de que la Alianza funciona como la extorsión mafiosa de los Soprano: dinero a cambio de protección y el que no pague, que se atenga a las consecuencias...
El colmo de todas estas desavenencias habría sido el indiscreto corrillo durante la recepción real en el Palacio de Buckingham. Con los mandatarios del Reino Unido, Boris Johnson; Canadá, Justin Trudeau; Francia, Emmanuel Macron, y Holanda, Mark Rutte, unidos por la sobredosis de pitorreo que inspira el presidente Donald Trump. El mismo presidente que hizo campaña insistiendo en dejar de ser el hazmerreír del mundo.
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