Pedro Rodríguez - DE LEJOS
La clave de las primarias demócratas
No todo es una cuestión de voto popular a la hora de seleccionar un rival para Trump en noviembre
La más fascinante competición política del mundo, aquella que culmina con un mandato de cuatro años en la Casa Blanca, ha empezado de mala manera para el Partido Demócrata. El fiasco en el recuento de los primeros votos en las asambleas populares (caucuses) de Iowa no ha hecho más que aumentar la confusión entre los opositores a Trump. Ni rastro del codiciado «Big Mo», ese gran impulso por el que un candidato/a logra elevarse hasta la categoría de inevitable en la competencia por la nominación.
El voto popular vinculante en las primarias para designar candidatos a la Casa Blanca es un desarrollo relativamente nuevo en la política de Estados Unidos. Durante décadas, esa decisión fue cualquier cosa menos participativa. La Constitución de 1787 es tan sofisticada como precisa en el sistema de elección del presidente pero no dice nada sobre el proceso de selección de candidatos. Los padres fundadores pensaban en un procedimiento no politizado, más allá de partidos percibidos como divisivos y perjudiciales para la democracia americana.Con la decisión de servir solamente dos mandatos adoptada por el primer presidente George Washington, y la emergencia de las primeras facciones políticas americanas, la nominación de candidatos presidenciales estuvo primero dominada por congresistas en Washington y después –tras el impulso populista de Andrew Jackson– por maquinarias y jerarcas que apalancados en intereses no siempre confesables transformaban las convenciones nacionales en opacos pulsos de poder.
Las elecciones de 1968 (Nixon contra Humphrey) fueron el punto sin retorno para hacer vinculantes las primarias. Sin embargo, el Partido Demócrata se reserva un as en la manga: los “superdelegados”. Es decir, el establishment del partido participa en la convención nacional sin haber sido elegidos por nadie y con plena libertad para respaldar al candidato que quieran. Ante la creciente perspectiva de que ninguno de los actuales contendientes sume este año los 1.990 delegados electos requeridos para ganar la nominación demócrata, los 775 “superdelegados” se presentan más decisivos que nunca para decidir quién competirá contra Trump en noviembre. En definitiva, un mal comienzo y un peor final para las primarias demócratas.
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