Odisea para volver a casa: la repatriación de una periodista española por culpa del Covid-19
«Menos de dos semanas para recoger los bártulos, sin despedidas por la pandemia, y 23 horas de viaje desde Johannesburgo a Madrid», cuenta Alba Amorós, corresponsal de ABC en Johannesburgo
Hace apenas 10 días nos comunicaron que teníamos plaza en un vuelo de repatriación . En estas semanas de incertidumbre hemos visto marcharse a muchos compañeros y amigos. Algunos porque no han querido ser testigos directos de la llegada del maldito pico de contagios de coronavirus a Sudáfrica; otros, porque no les han dado otra opción.
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El servicio de tramitación de visados (subcontratado a la empresa VFS Global) del departamento de Home Affairs abrió hace apenas un mes, pero solo para recogida de las resoluciones de visados tramitados antes de que el país echara el cierre, el 27 de marzo, cuando la tormenta se antojaba todavía lejana, aunque inevitable, en la nación arcoíris. Desde hace cuatro meses, no ha habido posibilidad de renovar y, mucho menos, aplicar para nuevos permisos para permanecer en el país. Es más, cuando el presidente, Cyril Ramaphosa, anunció el 20 de marzo la activación del Estado de Desastre, comunicó también que todas los visados de ciudadanos extranjeros de países de riesgo -entre ellos españoles, italianos y chinos- que no hubiesen entrado ya en Sudáfrica quedaban revocadas y/o cancelados con efecto inmediato. Para aquellos que se encontraban ya dentro de las fronteras no se revocarían siempre y cuando se permaneciese en tierras de Nelson Mandela y no se abandonase el país. Ese mismo día también se anunció la suspensión de los vuelos internacionales.
¡Benditos vuelos comerciales!
Con el espacio aéreo internacional cerrado y los vuelos comerciales prohibidos, solo queda la opción de los vuelos de repatriación. Con estos, la duración del viaje desde Johannesburgo a Madrid aumenta sensiblemente por operar bajo unos protocolos distintos a los de un vuelo comercial habitual, entre los cuales está el no poder desplazarse uno mismo hasta el aeropuerto. Lejos quedan las 10 horas y media de vuelo de cuando Iberia operaba su ruta directa, cancelada en septiembre de 2019. Al tratarse de un vuelo de repatriación, éste requiere la aprobación específica del Departamento de Relaciones Internacionales y Cooperación sudafricano (DIRCO por sus siglas en inglés). A su vez, el cuerpo consular extranjero correspondiente y la aerolínea gestionan la lista de pasajeros candidatos a obtener una plaza.
En general, la mayoría de los trámites deben realizarse a través de la embajada , en nuestro caso la española, ubicada en Pretoria. Los diplomáticos españoles coordinan la gestión de sus conciudadanos en Sudáfrica que necesitan o desean volar a España, y gestionan la lista de, así como con la aerolínea designada. Es importante que la compra de billetes se gestione a través de la embajada, de lo contrario puede tratarse de un vuelo comercial «camuflado» como vuelo de repatriación y, por tanto, con muchos números para que sea cancelado. Ocurrió hace unas semanas con un vuelo de una conocida aerolínea árabe, que al no cumplir con todos los requisitos no fue aprobado por las autoridades. A nosotros nos ha tocado viajar con KLM.
Empieza el periplo
Nos citan en la embajada holandesa, ubicada también en Pretoria, el domingo 26 de julio, a las 3 de la tarde –al menos no estamos a 35ºC, obra y gracia de que en el hemisferio sur es invierno-. Desde allí nos trasladarán con una escolta policial hasta el aeropuerto internacional de Johannesburgo, el OR Tambo. Al llegar a la misión diplomática neerlandesa, los coches se amontonan en las aceras y la hilera de autocares parece no tener fin.
Una se da cuenta de inmediato de que hay que armarse de paciencia ante la que promete ser una de excursión exasperante. Colas para entrar en la Embajada, para confirmar el registro y, por supuesto, para subirse a uno de los 18 autocares que nos llevarán hasta un fantasmagórico OR Tambo. Se agradecen las botellas de agua y «snacks» de cortesía que los funcionarios holandeses nos ofrecen mientras esperamos nuestro turno –respetando apenas la distancia de seguridad, pero con mascarilla-. Entre las particularidades del viaje, está el tener que llevar comida y bebida dado que todas las tiendas y restaurantes del aeropuerto permanecen cerradas. Sobre las 17 horas, nuestro autocar, el número 13 –afortunadamente no soy supersticiosa-, se pone en marcha, solo para detenerse apenas recorridos 500 metros junto con los demás autocares que le preceden: formamos parte de una comitiva con escolta policial que ni la del presidente, y como tal requiere que se mantenga una estricta formación del tipo oruga procesionaria.
Una vez iniciamos el trayecto hacia el aeropuerto ya no paramos ni en los semáforos. Por fin llegamos al OR Tambo, y nos las prometemos felices, pero por el protocolo de seguridad no nos permiten «desembarcar» los 18 vehículos a la vez, por lo que nos toca esperar otra hora y media sentados en el autobús, a las puertas del aeropuerto. Tan cerca y tan lejos a la vez. Los autocares van medio vacíos para mantener la distancia de seguridad por la Covid-19 -algo que no se repetirá dentro del avión- y están equipados con baño. Faltaban apenas dos horas para coger el vuelo y todavía tenían que «desembarcar» 13 autobuses. Cuando se mueve el de delante, ¡siento la misma sensación que con el gol de Iniesta! Nos permiten bajarnos y nos encontramos con que ya han descargado todas nuestras pertenencias y las han dispuesto en sendas hileras enfrente de cada uno de los bordillos de la rampa de acceso, para que un perro de la policía olisquee todos los paquetes. Este proceso no nos exime de pasar el habitual control de seguridad de los aeropuertos –que todo sea dicho es bastante menos estricto que los realizados en Europa-.
El aeropuerto está desierto y se ve inmenso y desangelado, mostrando una imagen muy alejada de su estampa habitual , aunque supongo que ésta forma parte ya de la nueva normalidad. Tras la toma de temperatura y la entrega del primero de los tres formularios de salud necesarios, ahora sí creo que iniciamos lo que en términos de la vieja normalidad sería el comienzo de nuestro viaje.