Kramp-Karrenbauer, la mujer que no pudo suceder a Merkel

AKK presidió el estado federado del Sarre desde 2011 hasta febrero de 2018

Annegret Kramp-Karrenbauer ha anunciado hoy que no sucederá a Merkel EFE

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En diciembre de 2018 tuvimos que aprendernos su nombre, cuando AKK fue elegida presidenta de la CDU para reemplazar en el cargo a Merkel y con el expreso apoyo de la canciller alemana, que esperaba dejar así el partido en paz y en manos de una figura todavía con tiempo para hacerse con las estructuras del partido y prepararse como candidata a la cancillería. Sin embargo, AKK nunca logró imponer su autoridad. El sector más a la derecha de la CDU opuso una férrea resistencia, sus decisiones fueron sistemáticamente cuestionadas y, finalmente, fue muy criticada por la alianza por sorpresa entre la CDU y la AfD para elegir un dirigente liberal a la presidencia de Turingia e impedir de esa forma la reelección del presidente de izquierda, una alianza que ella nunca habría querido, a diferencia de quienes la critican, pero que no logró evitar.

Desde el principio se le ha recriminado su incapacidad para imponer una línea en el partido , dividido entre adversarios y partidarios de una cooperación con la AfD, sobre todo en los estados del este que pertenecían a Alemania comunista, y donde la extrema derecha es muy potente y complica la formación de mayorías regionales. Con el paso de los meses, aumentó el acoso de su gran enemigo interno, Friedrich Merz, que perdió por escaso margen las elecciones a la presidencia del partido a finales de 2018 y defensor de un movimiento a la derecha para recuperar a parte de los electores que votan ahora a AfD. La marcha de AKK dará lugar ahora a un nuevo reparto de cartas en el juego por la sucesión de Merkel y supone una nueva oportunidad para Merz, aunque no son pocos los analistas que sugieren que Merz puede haber estado minando la presidencia de AKK para otro candidato todavía en la sombra.

AKK había sido exitosa presidenta regional de El Sarre, donde obtuvo el 40,7% de los votos, antes de mudarse a Berlín. Había sido una de las firmes defensoras de la política de refugiados de Merkel, posición que asumió desde su fe católica. Había levantado algunas polémicas, al comparar por ejemplo la homosexualidad con el incesto o la poligamia, y había formado gobierno con liberales y Verdes, lo que daba muestra de su capacidad de diálogo con otras formaciones políticas. Convencida europeísta, esperaba “impulsar un proceso de renovación programática que tenga en cuenta tanto las raíces liberales como las raíces conservadoras dentro del partido”, pero ha pasado dos años dando vueltas en un laberinto en el que necesitaba diferenciarse de Merkel y a la vez placar a los enemigos de la todavía canciller alemana.

Seguramente, el detonante de su dimisión fue la forma en que quedaba desautorizada la semana pasada, cuando Merkel desde Sudáfrica llamó a «disolver» el gobierno de Turingia. Sin ser ya presidenta de la CDU y tras dos años de silencio sobre las cuestiones del partido, Merkel daba un puñetazo en la mesa que ponía en cuestión la autoridad de su sucesora y la dejaba a merced de quienes, finalmente, han forzado su dimisión.

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