La juventud ucraniana, en la encrucijada
Sus locales de ocio son refugios, sus galerías de arte acogen a refugiados y el voluntariado es la nueva normalidad. Los jóvenes se entregan a la defensa de su país, atrapados por una invasión que va a redefinir sus vidas para siempre

La mesa de mezclas sigue en su sitio, presidida por la gigantesca bola de discoteca que cuelga del techo de piedra. Frente a la misma, hay un amplio espacio salpicado con mesas y sillas que hace sólo dos meses acogía ‘raves’ hasta altas horas de ... la madrugada, pero la galería subterránea que horada las entrañas del People’s Place , uno de los gastrobares más frecuentados de la Plaza de la Catedral de Leópolis, hace tiempo que acoge otro tipo de eventos: el refugio de clientes cada vez que se activan las sirenas antiaéreas. Decenas de personas hojean libros o consultan su móvil a la espera de que termine la alerta de bombardeo. En las paredes, la iluminación LED se acopla con la antigüedad del espacio –galerías subterráneas de 400 años de antigüedad excavadas por los mercaderes que impulsaron la ciudad de Leópolis, conformando una red de 100 kilómetros de sótanos– en perfecta comunión de tradición y modernidad, en una política de reciclaje que bien refleja la capacidad de adaptación de Ucrania a las contingencias de la historia.
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Como el People’s Place –presidido por carteles de ‘Cerrad el cielo’ y ‘Jódete, Putin’–, otros muchos bares y restaurantes construidos sobre antiguas mazmorras y sótanos se convierten ahora en lugares de doble uso, donde el ocio joven se conjuga con la protección en tiempos de guerra.
Vidas congeladas
La guerra de Ucrania ha congelado las vidas de toda una generación justo en el momento en el que se empezaban a comer el mundo . Jóvenes universitarios y recién graduados, jóvenes emprendedores y profesionales en plena pasión por sus trabajos, se han visto obligados a cancelar sus aspiraciones y renunciar a su ocio para reinventar su presente, al menos hasta que el conflicto defina su futuro. Ihor Khvorosyianyi, de 35 años, creó la Fundación Free and Caring la primera semana de guerra y desde entonces ha organizado miles de evacuaciones de civiles rumbo a España, Finlandia, Alemania, Francia y Polonia. «La vida me ha dado un vuelco pero, a pesar de que soy padre de familia numerosa y podría irme con ellos , he decidido quedarme en Ucrania. Hay mucho por hacer y mucha gente por ayudar, y muchos jóvenes que quieren contribuir a la defensa del país pero no están entrenados en uso de armas». Ahora dirige a un equipo de treinta personas, por debajo de los 40 años, que organizan refugios, distribuyen comidas y ayudan a recuperar sus papeles a los desplazados que han perdido la documentación bajo las bombas. «Somos lo bastante valientes para no esperar ayuda del exterior. Preferimos ayudarnos entre nosotros».
Le ocurre lo mismo a Stanislav Grozdinski, de 22 años y líder estudiantil de la Universidad de Leópolis. Cuando comenzó la invasión, se presentó voluntario ante el Ayuntamiento y tras él se pusieron a disposición de la comunidad cientos de estudiantes frustrados ante la posibilidad de tener que quedarse de brazos cruzados: asegura tener registrados a 6.000 solo en su distrito de Leópolis. Forman parte de la llamada Defensa Civil, en alerta ante la posibilidad de que Rusia avance posiciones y tome barrios residenciales en grandes ciudades. «Como carecen de experiencia militar, los universitarios buscan campos donde puedan aportar su talento . Tenemos a gente buscando locales que puedan hacer las veces de refugio pero también a jóvenes aficionados a la moda que tejen telas de camuflaje, chavales que enseñan cómo hacer cócteles molotov, diseñadores de páginas web convertidos en cibersoldados, técnicos reparando radios de frecuencia corta…» Los jóvenes también están recuperando, cuenta Stanislav, una costumbre de otra era, la telefonía fija, ante el temor de que Rusia pueda derribar los sistemas de telefonía móvil que hoy en día permiten al país estar al día.
Nuevas realidades
La incondicional implicación de los jóvenes difiere dependiendo de la ciudad donde se hallen. Los artistas del Centro de Arte Municipal de Leópolis cambiaron el interior de su galería el primer día para albergar a desplazados de guerra de Járkov, Mariúpol o Chernígov. «Se trataba de cambiar el concepto, de espacio compartido de trabajo a refugio, pero al final ambas cosas se combinan . Muchos de los refugiados que albergamos son artistas de otras ciudades, y al vivir aquí no tienen por qué dejar sus proyectos a un lado, porque tienen los medios para avanzar», explica Lyana Mytsko, responsable del lugar. Los carteles exhibidos en las estancias de la galería son ahora piezas de propaganda ucraniana contra la guerra, y durante la tarde se organizan charlas de artistas huidos de las bombas que explican su experiencia. Por la noche, ciclos de cine de la antigua filmografía ucraniana alimentan la identidad patriótica de los asistentes.
Las dos primeras semanas de guerra, el centro acogió a 400 refugiados y una veintena de jóvenes se presentaron voluntarios para ayudar . En los teatros de la ciudad, convertidos en refugios, actores y también decenas de chavales cargan con palés de agua y cajas de comida, como ocurre en Járkov, donde un ejército de jóvenes voluntarios se ocupan de que los más vulnerables –ancianos y familias con niños en su mayoría– no carezcan de medicinas, pañales o leche en polvo bajo los bombardeos. Usan sus coches privados para recorrer la ciudad en busca de farmacias o puntos de distribución de ayuda y acuden con el cargamento casa por casa. «Esta guerra nos concierne a todos», explica Boris Shelahurov, un sociólogo de 27 años transformado en voluntario todoterreno. Como él, miles de personas se apostan en estaciones de tren y autobús para acoger a los desplazados y ayudarles a definir la ruta de huida, buscar refugio o hallar asistencia médica.
«Hemos convertido la guerra en una oportunidad para demostrar de lo que somos capaces», explica Matviy Dulch, director del equipo de voluntarios de Leópolis, con mil personas a su cargo. «Lo que se vivió en 2014 fue una revolución de la dignidad. Hoy en día no es una revolución, sino una guerra en toda regla que requiere los esfuerzos de todos , más allá de la política», continúa en referencia al Euromaidán, el movimiento popular que derrocó a los políticos prorrusos. La ausencia de tintes políticos y el espíritu de defensa nacional –el enemigo común siempre aglutina a los pueblos– ha generado un movimiento masivo de colaboración del que la mayoría quiere ser parte, desde actores que actúan ahora en refugios para animar a los niños hasta cocineros dispuestos a modificar el menú para servir rancho de combate.

Ayuda activa
En Járkov, la segunda ciudad más bombardeada de Ucrania y actual foco de la ofensiva rusa junto a Mariúpol, el equipo de Alice Venevtseva gestiona con energía un enorme almacén que antes acumulaba piezas de automóviles y hoy arrincona sus antiguas mercancías para hacer espacio a miles de donaciones, desde mantas hasta cartones de leche, llegadas desde cada rincón de Europa. « Toda esta ayuda es una gota en el mar de la necesidad que existe », explica desbordada Alice, mientras dirige la carga de camiones –todos cedidos por sus dueños y conducidos por voluntarios– que desafiarán los bombardeos para abastecer a las localidades más necesitadas del entorno . Su grupo ha creado veinte puntos de distribución que abastecen a miles de personas, gracias a la experiencia almacenada desde 2014, cuando comenzó la guerra con la invasión rusa del Donbass. «Ya en aquel entonces, 150.000 refugiados llegaron a nuestra estación de tren. Más de un centenar de voluntarios se organizaron para preparar comidas calientes y buscarles alojamiento. Antes, muchos ucranianos pensaban que la guerra no iba con ellos. Desgraciadamente, ha hecho falta que ataquen a todo el país para entender que la invasión comenzó en 2014».
Su legión de voluntarios es muy joven. Son aquellos que han puesto en pausa sus vidas encontrando un nuevo sentido en medio del horror pero, para otros, la invasión rusa ha frustrado temporalmente su futuro. Muchos jóvenes menos involucrados con la comunidad consumen sus días sentados en sus casas con sus padres, temerosos de los bombardeos que se ciernen sobre Ucrania. Otros aún son menos afortunados, porque van a perder su año académico. Daniel, Andréi y Valentin, entre 18 y 21 años, estudian Económicas, Turismo y Relaciones Internacionales en universidades de Polonia, Francia y Alemania, y la ley marcial que obliga a los varones entre 18 y 60 años a permanecer en el país les atrapó cuando visitaban a sus familias en Ucrania. «El Gobierno permite que quienes estudiamos en el extranjero regresemos para proseguir los estudios , pero para eso necesitamos un permiso del Ministerio de Defensa que no hay forma de obtener, porque antes hay que conseguir un documento del Rectorado y las universidades están cerradas por la guerra», explica Daniel, originario de Sumy, que está dilapidando sus ahorros en Leópolis mientras intenta abordar un autobús que le lleve de regreso a Polonia. «Nosotros lo hemos intentado ya tres veces, pero los soldados nos detectan en los puestos de control y nos obligan a bajar por no llevar un documento de exención. Otros muchos jóvenes lo tienen peor, porque han perdido su documentación en los bombardeos».
Es el caso de Dasha. Escapó el 21 de marzo de la ciudad mártir de Mariúpol, tras casi un mes escondida con su madre en su casa sin agua, electricidad ni apenas comida. La voz angustiada de la joven lucha por salir de su garganta: a sus 17 años, ha pasado por una experiencia traumática difícil de digerir que se suma a la pérdida de todo lo que tenía en su vida. En su precipitada huida, se perdieron toda la documentación de la familia, incluidos los certificados de estudios que le permitirían ahora ingresar en la universidad. «Me lo han quitado todo, incluso mis sueños», lamenta.
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